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La influencia de Fausto llegó a Coro

«No debe marcharse cuando la luna esté en picis en oposición a Marte, auguro grandes desventuras y un trágico final » Fausto Más allá de los tormentos, espantos y encantos de nuestros valles y llanos, de los duendes andinos y los misterios de la Guayana, es poca la importancia que se le ha dado a nuestro pasado imaginario. Para el escritor y psiquiatra, Herrera Luque, el escepticismo cultural sobre brujas y duendes de los peninsulares, pudo ser la razón por la cual, el famoso brujo que llegó a los grandes salones del mundo gracias a Goethe, no es recordado en Venezuela.   Sin embargo, en aquella investigación majestuosa que realizara el escritor, una carta de Philip von Hutten, escrita en Venezuela y enviada al viejo mundo, será la prueba de la existencia del nigromante; y su inspiración. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí  La tragedia de Hutten Philip von Hutten o Felipe de Utre, castellanización de su nombre, fue uno de los primeros hombres del viejo continente en transitar y explorar nuestras tierras. Su aventura iba en la búsqueda de la deseada Casa del sol, o el Dorado.   Cuenta la leyenta que este, antes de partir, recibió una predicción de Fausto, acompañado de la advertencia que lo invitaban a cancelar aquella empresa. Empero, otro brujo de mayor prestigio demeritó las advertencias e impulsó a Felipe para realizar el viaje que, según él, le traería grandes riquezas y gloria.   De esta forma, el viaje fue realizado y desde un inicio su tragedia, la tragedia de Hutten.   En Coro no hay vuelta atrás Los banqueros Welser, antepasado de los alemanes, fueron quienes habitaron Coro en sus inicios, con la orden de poblar y crear ciudades en el Nuevo Mundo. Mas, ellos se dedicaron a viajar y aventurarse por todo el territorio en busca del Dorado.   Cuando llega Hutten, este sigue aquella tarea, pero se encuentra que los españoles no estaban muy contentos con el gobierno de los Welser. Cada viaje, cada paso que daba Hutten se vio enfrentado a la muerte y el fracaso. Pero su espíritu se mantuvo firme en su misión, en Coro, no había vuelta atrás.   Su vida terminará bajo la orden de Carvajal, decapitado con un machete sin filo.   La carta y el nigromante Se dice que solo existen ocho pruebas «dignas de crédito» de la existencia de Juan Fausto. Una de ellas, una carta descubierta en 1775, escrita en 1540 por Phillip von Hutten y dirigida a su hermano el obispo de Wuzuburg. Fue traducida por Federica Richter.   La carta fue escrita en la ciudad de Coro, trece años después de fundada la villa.   «Debo confesar que el filósofo Fausto dio en la cabeza del clavo, pues nos encontramos en un año muy malo…» Von Hutten Una forma de conocer más sobre la historia de Hutten y su trágico destino anunciado por Fausto es «La luna de Fausto», novela de Francisco Herrera Luque.     Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí   G.J.Jiménez    

Negro primero y Bolívar

Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí El negro primero, como todo hombre primitivo, tenía un gran amor por los uniformes brillantes. Cuando el Libertador  iba a encontrarse por primera vez con el general Páez, dice éste que el negro «recomendaba a todos muy vivamente que no fueran a decirle al Libertador que él había servido con el ejército realista» semejante recomendación bastó para que a su llegada le hablara a Bolívar del negro con entusiasmo, refiriéndose al empeño que tenía en que no se supiese que él había estado al servicio del rey. Cuando Bolívar le vio por primera vez, se le acercó con mucho afecto, y, después de congratularse con él por su valor, le dijo: —Pero, ¿qué le movió a usted a servir en las filas de nuestros enemigos? —Miró el negro a los circundantes como si quisiera encontrarles la indiscreción que habían cometido, y dijo después: —Señor, la codicia. —¿Cómo así?— le preguntó Bolívar. —Yo había notado —continuo el negro— que todo el mundo iba a la guerra sin camisa y sin una peseta y volvía después vestido con uniforme muy bonito y con dinero en el bolsillo. Entonces yo quise ir también a buscar fortuna y más que nada a conseguir tres aperos de plata: uno para el negro Mindola, otro para Juan Rafael y otro para mí. La primera batalla que tuvimos con los patriotas fue la de Araure; ellos tenían más de mil hombres, como yo se lo decía a mi compadre José Félix; nosotros teníamos mucha más gente y yo gritaba que me diesen cualquier arma con que pelear, porque yo estaba seguro que nosotros íbamos a vencer. Cuando creí que se había acabado la pelea, me apeé de mi caballo y fui a quitarle una casaca muy bonita a un blanco que estaba tendido y muerto en el suelo. En ese momento vino el comandante: “¡A caballo!” —¿Cómo es eso —dije yo— pues no se acabó esta guerra?- Acabarse, nada de eso; venía tanta gente que parecía una zamurada. —¿Qué decía usted entonces?— dijo Bolívar. —Deseaba que fuésemos a tomar paces. No hubo más remedio que huir y yo eché a correr en mi mula, pero el maldito animal se cansó y tuve que coger el monte a píe. Al día siguiente yo y José Félix fuimos a un hato a ver si nos daban de comer, pero su dueño cuando supo que yo era de las tropas de Yañes me miró con tan malos ojos que me pareció mejor huir e irme a Apure. —Dicen —le interrumpió Bolívar— que allí mataba usted las vacas que no le pertenecían. —Por supuesto — replicó— y, si no, ¿Qué comía? En fin, vino el Mayordomo, así llamaban los llaneros a Páez, a Apure y nos enseñó lo que era la patria y que la diablocracia no era ninguna cosa mala, y desde entonces estoy sirviendo con los patriotas. Esta anécdota  revela la mentalidad de la mayoría de los hombres que después de haber servido con Boves y Yañes, cometiendo los más espantosos crímenes convirtiendo el territorio entero de Venezuela «en un vasto campo de carnicería», vinieron a ser, con Páez, Monagas, Cedeño, Zaraza, los heroicos defensores de la independencia; y además comprueba el prestigio que iba conquistando la causa de la patria en el seno de las bajas clases populares, a los esfuerzos enormes de los próceres. Ya la patria podía ofrecer a los que abandonaban las filas realistas lo que constituía para ellos una ilusión: un uniforme y un apero; ya podía abrirles el camino de los honores, elevando hasta los esclavos como Pedro Camejo, a las altas jerarquías militares. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí

Encuentro entre dos mundos, ni leyenda negra ni leyenda dorada

La llegada del hombre español al Nuevo Mundo fue uno de los hechos más importantes de la historia. Diferentes posturas políticas han querido juzgar el hecho de forma fanática y poco objetiva, desconsiderando el contexto en el que desarrollan estos hechos y mirando aquel acontecimiento con la mentalidad y los valores del presente. No es pretensión de quien escribe justificar los actos del hombre, pero tampoco ser juez de algo que difícilmente podamos entender quienes hoy hablamos de derechos y libertades desde un ordenador, sin intervenir presencialmente en la realidad ni correr mayores riesgos, o por lo menos, no como los de la época. Más que eso, es hablar de los hechos con la menor emocionalidad posible y que nos permita entender ese pasado. La leyenda negra fue una herramienta política para el confrontamiento con ese pasado, así como la leyenda dorada española para tratar de contrarrestarla, pero ambas son posturas sesgadas que buscan defender los intereses de quienes levantan aquellas banderas. Para lograr esto, los invitamos a viajar y ponernos en las pieles de aquellos antiguos hombres, mercenarios, parias, aventureros o hijos de su tiempo, cualquier denominación que desees darle. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí El tiempo transcurre más lento Para tener una idea del hombre del siglo XV es necesario pensar en la velocidad que transcurrían las cosas. No había teléfonos celulares ni aviones. La velocidad de la comunicación entre dos regiones podía tomar días, así como el tiempo de traslado era mucho más lento. Entender esto es primordial para comprender las necesidades de la época y cómo se desenvolvía aquel hombre, lleno de sueños, fantasías, rodeado de tantos misterios y tanto por descubrir. En ese hombre todo ocurre más lento y su vida está libre del estrés de nuestros tiempos. La cantidad de información que este recibe está determinada por sus contactos, lecturas, formación, mas no existe el internet y depende de su acceso a los libros, el conocimiento alcanzado para entonces, para poder formar su pensamiento. Eran días de fe Otro elemento que obvian quienes vivimos en esta época es la fe, porque en estos tiempos la religión ya no rige nuestras mentes, no como antes. Y más aún, el catolicismo español que fue uno de los más arraigados y fervientes. El hombre de aquellos días era un hombre de fe, aun siendo un bribón. Para Lope de Aguirre es inevitable atacar o excusarse ante Dios por sus actos, porque aunque estuviese pecando y blasfemara, el conflicto religioso vive dentro de él. Esto también afectaría a los “Reyes Católicos” quienes buscan el beneplácito de Dios y no quieren que sus acciones pudiesen tomarse como anatema. La conciencia toma parte de la acción de los hombres de Estado de aquellos tiempos, quienes se verían afectados, quieran o no, por las creencias de aquella época. La conquista Si tomamos en cuenta los dos factores antes nombrados, el tiempo y la fe, tendremos a un hombre con una visión muy diferente al presente, con miedos diferentes, pero también con una cantidad de conocimientos y acciones que dependerán inevitablemente del tiempo y la distancia. Para ir al Nuevo Mundo era necesario viajar en barcos durante periodos largos, y ese tiempo no solo afectaba a quienes decidían viajar sino a la velocidad en la cual, quienes habitaban en el nuevo continente, recibían información, suministros, apoyo y directrices: una ley aprobada por la corona podía quedar fuera de contexto cuando esta llegaba al Nuevo Mundo, gobernar aquel Imperio no era tarea sencilla. Aquí es donde se encuentran dos fuerzas de gran influencia, los reyes que reciben información de parte de misioneros y hombres que estuvieron en el nuevo mundo, denunciando los abusos y las fechorías que allá se cometen, y mientras estos discuten, reflexionan, debaten; en la América hispana la vida sigue, el comercio no se detiene y los abusos tampoco. Un hecho es, que desde que el hombre existe, la conquista ha ido de su mano. Antes del descubrimiento del nuevo mundo, la conquista funcionó casi sin conciencia, como un derecho de los fuertes sobre los más débiles. La llegada al Nuevo Mundo, por parte del hombre hispano, generó un gran cambio en la forma en que se conquistaba. Interviene una conciencia religiosa que generó un conflicto interno, en el que estos se vieron en la necesidad de reflexionar y justificar sus acciones. ¿Qué otra civilización pasó por un proceso de conciencia como lo fue el de España? Tal vez para el hombre actual aquel conflicto interno sea hipocresía, pero para el de la época significaba algo de gran importancia, era su salvación o su condena. Para el escéptico de hoy, esto no sería un argumento, pero no era eso lo que pensaría Fernando “el católico” o el clero de entonces, para ellos el Nuevo Mundo traía con él una cantidad de problemas teológicos, políticos y económicos que debían ser resueltos. Lo primero que ocurre en 1493 es que los reyes de Castilla y Aragón buscan autorización del Vaticano para conquistar la tierra descubierta. ¿Qué les impedía hacerlo? La conciencia de la época los llevaba a actuar conforme a lo que dictaba la fe. Basado en las “Siete partidas” el Papa dona a través de la bula, el territorio a los reyes castellanos, quienes tenían el deber de evangelizar las nuevas tierras. El padre Montesinos y las leyes de Burgos En 1510, al ver la opresión y el abuso de los españoles que poblaban en La española —Santo Domingo— el padre Montesinos dio un sermón en el cual negó la comunión de quienes gobernaban en aquella tierra, lejanos a los principios cristianos. Dos años tomó desde aquella demanda para que formaran las leyes de Burgos. Entre estas leyes se decretaron una cantidad de cosas que aquellos que esgrimen la leyenda negra han obviado: Los indios son libres y no pueden ser esclavizados El régimen de trabajo pasó a ocho horas Las mujeres embarazadas no podían emplearse Elevaron el jornal Quedaban prohibidos los castigos directos Esto no

Nevado, el perro del Libertador

Entre las leyendas de nuestro país está la del famoso Nevado, el perro del Libertador. Antes de hablar de Nevado y su historia es importante conocer la existencia de la raza Mucuchíe, una raza de perro venezolana creada por el Dr.  Wilender Ferrari que posiblemente descienden de perros pastores o de rebaño traídos de España. El mucuchíe suele ser blanco con manchas negras, aunque hay casos contrarios donde el perro es negro con manchas blancas. Puede llegar a medir 71 centímetros y pesar unos 50 kg, en el caso del macho, y 40kg en el caso de la hembra. La cabeza es larga, cuneiforme, de frente redondeada con surcos en el entrecejo ligeramente arrugados. Sus orejas son medianas, de puntas triangulares, ubicadas más arriba de los ojos, las cuales levanta en estado de alerta. Tienen ojos oblicuos y pardos, tienen una leve papada, un cuello corto, fuerte y musculoso. Tienen un cuerpo fuerte, capaz de aguantar grandes trabajos. Son de pelaje abundante, fuerte y lanudo, en algunos casos lacios y otros ondulados. Su cola es larga.  A pesar de ser un perro originalmente de rebaño, la escasez de estos hizo que perdiera esta habilidad con el tiempo pero conserva su condición de perro guardián.  Su temperamento puede llegar a ser agresivo con desconocidos pero muy afectuoso con los conocidos, además de ser muy inteligente lo que permite que puedan recibir muy bien los entrenamientos. Es el perro nacional de Venezuela y actualmente existe una fundación FUNEV, encargada de preservar al perro, aunque hubo agrupaciones dedicadas a ellos desde el año 1961.  El encuentro de Nevado y el Libertador Avanzaba el ejército patriota por Mucuchíes cuando dio con la casa en que habitaba el viejo, don Vicente Pino. Al acercarse, un perro de gran tamaño, corpulento y lanudo, de color negro azabache pero con manchas blancas en las orejas, el lomo y la cola. El, entonces, brigadier Simón Bolívar, al ver a aquella extraña raza que hacía frente a las lanzas de sus hombres, mandó a bajar las armas fascinado con su presencia. Don Vicente Pino gritaba «¡Nevado!» una y otra vez cuando dio con el ejército patriota. El señor Pino apenado calmó al animal y se puso a la orden de los defensores de la República. En aquel lejano lugar pernoctaron Bolívar y sus hombres para seguir la dura marcha de la gesta independentista. Al partir el brigadier preguntó a don Vicente si podía tener alguna cría de aquella hermosa raza de perros andinos, a lo que el amable señor respondió de forma afirmativa. Durante la tarde, Bolívar recibió a un niño, Juan José Pino, que venía con Nevado al lado, enviado por el señor Pino. Ante aquello exclamó sorprendido «¡Este es el cachorro que me envía tu padre», a lo que el niño asintió asegurándole que se trataba de un perro aún cachorro. El edecán del perro El brigadier Simón Bolívar no pudo menos que quedar encantado por el obsequio y no hacía menos que acariciarlo y admirarlo. Sin embargo, al desconocer sobre la raza del perro sus costumbres y cuidados, pidió a sus hombres que buscaran en el pueblo alguien que conociera al animal y que lo ayudara a cuidarlo. Así dieron con Tinjacá, un nativo puro que conocía a Nevado desde mucho más pequeño. Para probar que eso era cierto Tinjacá hizo un silbido a gran distancia y luego de un rato de esperar el perro se apareció ante él. Bolívar, encantado, nombró a Tinjacá el edecán del perro, encargado de cuidarlo a donde fuera, aunque el mismo Simón se encargaría de alimentarlo.  Bajo las manos del taita infernal Nevado participó en los viajes y batallas del Libertador, cuya fama estaba unida al mito de Bolívar. Sus ladridos retumbaban con los tambores y disparos. Sin embargo la historia patriota tuvo su gran antagonista, el poderoso demonio de los llanos, el taita Boves. Así como Morillo diría que el Libertador era más peligroso en la derrota que en la victoria, Boves recogía una cualidad parecida, pues luego de ser derrotado por Campoelías, no descansaría hasta lograr aplastar a sus enemigos. A pesar del poderío de Nevado, este perdía el juicio durante las batallas, por lo que el Libertador mandó a Tinjacá a amarrarlo. Esto causó que sus ladridos revelaran la posición patriota durante la batalla de La Puerta, donde Boves avanzó con su venganza. De esta forma el perro y Tinjacá fueron capturados por los realistas. Boves también quedó fascinado por el animal, cuya fama le precedía, por lo que perdonó la vida de Tinjacá para sus cuidados. Luego de un tiempo, durante el sitio de Valencia, cuando el sanguinario realizaba una masacre bajo el sonido de la música, Tinjacá planificó un escape que casi le cuesta la vida de ambos. Desató al perro y se fue lejos, sin él, para que no lo notaran. Pero cuando estaba a gran distancia usó el famoso silbido que hizo que el animal saliera corriendo hacia donde estaba el nativo. luego de encontrarse cambiaron la dirección para confundir a las hordas de Boves y lograron alejarse hasta perderse.  La batalla de Mucuchíes Tinjacá y Nevado partieron lejos, llegando de nuevo a su antigua tierra y uniéndose a los patriotas en la batalla de Mucuchíes, pero en ella la tragedia volvió a caer sobre la República, que fracasaba ante el poderío realista. El perro y Tinjacá desaparecieron en aquel asalto, sin lograr encontrarse con el Libertador y muchos los dieron por muertos. Aún así Bolívar, que desconocía el paradero de ambos, guardaba la esperanza de volver a encontrarlos y sentía que Nevado seguía con vida. El reencuentro en el páramo Cuando el Libertador volvió a las tierras andinas y llevó su paso sobre Mucuchíes, en Moconoque, se encontró de nuevo frente a la casa de don Vicente Pino, pero ya este no la habitaba, se había ido a Nueva Granada con su familia. Preguntó por el perro pero nadie sabía de este, todos parecían desconcertados ya que tanto realistas como patriotas hacían las mismas

La leyenda del Capitan y Amalivac

Cuenta una antigua leyenda que un Capitán llamado Antonio Santos llegó en sus exploraciones hasta el mismísimo Dorado, tierra ambicionada por los alemanes cuando gobernaron Coro y de la cual se desprende la novela «La luna de Fausto» de Francisco Herrera Luque. Dicha leyenda describe aquel lugar perdido y ambicionado. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí El Capitán Antonio Santos Entre voces ha recorrido la leyenda del Dorado,  y de esa misma forma, la del español que llegó a él. Aunque la más común dice que fue en busca de sus tesoros y encontro mil maldiciones, Celestino Peraza nos da diferentes luces sobre lo que motivó al explorador a penetrar la sierra de Paracaima, hasta la cumbre de Parakambo, en plena Guayana venezolana, ante el imponente Roraima y sus alrededores. Existe una fuerza que puede mover a los hombres que supera la misma ambición por lo material y es el amor o la compañía de una mujer que pueda complementar su vida. El capitán había enviudado dos veces y descubrió en sus expediciones algo en que enfocar su energía y pensamientos. Fue el encuentro con Macapú, cacique de los arecunas, lo que impulsó al explorador a emprender su viaje, pero sus razones fueron muy lejanas a lo que muchos creerán. De la boca del nativo supo que en la cima de la sierra habitaban especies superiores que eran: los rayas con la boca en el ombligo; los cíclopes, altos y con un ojo en la frente y los cabeza de perro. Antonio Santos, viudo, había vivido relaciones conflictivas donde sus señoras habían sido mujeres celosas, mientras él, un hombre de poca fuerza para soportar la tentación del sexo opuesto. Al saber de la posibilidad de conocer mujeres de otras razas, pensó que podía hallar en ellas la libertad de amar sin ser celado. Macapú, el apoto¹ arecuna, ante la insistencia, aceptó guiar al capitán hasta el pie de la sierra, pero no más, porque él tenía prohibido ir más allá. El trono de Amalivac Varios días tomaron al capitán y sus hombres para hallar la entrada que los guiaba al lugar donde habitaban aquellas razas que relataba Macapú. Celestino describe aquella travesía de los exploradores de la siguiente forma: «Entró en su pequeña embarcación por la boca del Caroní… grandiosas cascadas contemplaron con admiración donde se pierde hace siglos una fuerza de quinientos mil caballos, suficiente para mover una línea férrea desde el Orinoco hasta la región aurífera… pasaron frente Caruachi, Guri, San Serafín, San Pedro… Atravesaron luego la Sierra Paracaima erizada por filones auríferos intocados hasta ahora; descendieron al monte Umarida, donde nace el río Sirumu; siguieron las aguas de éste que caen al río Branco, y por este continuaron navegando hasta la desembocadura de Macayai donde llegaron empezando a oscurecer, después de sesenta días de navegación… Alzaron la vista hacia la cumbre de Parakambo, de 2508 metros de alturas y tuvieron que cerrar los ojos deslumbrados por los rayos que la coronaban». A 300 pies dieron con una caverna donde cada pocos pasos tropezaban con huesos humanos en lo que parecía ser las ruinas de una ciudad perdida en el tiempo. Al salir de la necropolis y llegar a la cima se encontraron con aquellas razas que les había relatado el arecuna. Las criaturas los rodearon y llevaron hasta la casa del anciano Torocaima, que habitaba en el lugar. En perfecto castellano este les conversó y sorprendedido, el nativo después de un largo interrogatorio, preguntó: —¿No es la tentación del oro, el deseo de encontrar el Dorado, lo que os hizo subir a esta montaña? —En parte puede ser eso también, pero no por codicia, sino por la novedad, por el mérito de ser el primero en encontrarlo, —explicó el Capitán—. —Pues bien, lo habéis logrado, estás en el Dorado. Estás en el imperio de Cora Capac, llamado Amalivac por los aborígenes de América, pero debes saber que el mortal que llega al Dorado no vuelve a su país, debe prepararse a vivir o morir aquí si llegasen a intentar escaparse. Para el Capitán fue sencillo decidir quedarse y luego de un tiempo interrogó al anciano quien le explicó que la dinastía Capac no desapareció, sino que Manco Capac huyó junto a su mujer Mama-Cusi y su servidumbre superviviente, hasta que llegaron al Dorado. El capitán deseaba una mujer de otra raza, que no lo celara, a lo que el anciano Torocaima le dijo que tenía lo que buscaba. Antonio Santos y sus hombres fueron llevados ante el Inca y ahí se le ofreció al capitán la mujer que soñaba. Estaban en el Palacio de oro de Cora Capac y tenía frente a él a una mujer hermosa hecha a su medida. El explorador no dudó en hacerle una cortesía pero esta no se inmutó. Torocaima le explicó que la mujer era ciega, así que entonces intentó hablarle pero esta no respondió. Entonces el anciano le dijo que tampoco podría responderle porque además de ciega era sordomuda. Frustrado el Capitán replicó. El viejo, sabio, le explicó que una mujer que no sea celosa solo puede encontrarse en las estatuas, pero que él le ofrecía una mujer que de cinco sentidos tenía dos, lo que disminuye en tres partes los temores de conflicto. Con esta explicación, el capitán cedió y aceptó el presente que recibía. Seis meses después el capitán apareció en el Delta, narrando sus historias y lo que había descubierto, pero muchos se preguntaron ¿Cómo y por qué se escapó? —Fingí que había muerto, fui arrojado a la caverna de los cadaveres y luego salí por donde había entrado. Cuando la gente le pedía volver, el se negaba, porque allá estaba su mujer, mucho más temible que sus difuntas, porque al carecer de sus otros sentidos había desarrollado el olfato y el tacto de tal forma que le perseguía por el olor y como no podía llorar ni insultar, le expresaba sus rabias o reclamos con sus uñas sobre su carne. Si quieres recibir

¡Más malo que Guardajumo!

Nuestro pasado tuvo hombres virtuosos de gran reconocimiento, pero también tuvo aquellos que lograron fama por sus fechorías y malas prácticas. Así es como se inmortalizaron Boves, el Urogallo, y uno menos trascendental pero que forma parte, hasta de nuestro hablar: Guardajumo. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí Más malo que Guardajumo De la nada, polvo y humo se ha formado aquel Dios Sumo. La última hora ya presumo que ha llegado a Guardajumo.                                             Poeta, Gil Parpacen. Juan Nicolás Ochoa nació en el pueblecito de los Ángeles, al sur de Calabozo, entre los años 1780 y 1782, no se sabe con certeza. Descendiente de los Guamos, una etnia que habitó los llanos en épocas remotas. Desde pequeño, el indio Juan Nicolás, presentó tendencia a la vagabundería. Robaba a su madre todo aquello que pudiese vender y se rodeaba de la peor compañía. Siendo joven llegó a estar encarcelado pero con el tiempo fue obteniendo la habilidad de pasar inadvertido por las autoridades de la época. En su adultez, rapaz y experimentado, se va transformando en el salteador peligroso de la Provincia. Atrae a los viajeros para luego sacrificarlos, azota los hatos y mata a los animales; roba a los arrieros que transportan mercancía y desaparece por un tiempo para que le olviden y así volver con nuevas energías. Algunos lo tomaron por brujo por su capacidad para sorprender, atacar con su gavilla de madera y desaparecer, siendo considerado por algunos, un espíritu maligno. Junto a él, estaban forajidos que le obedecían, fuese a donde fuese, causando terror en todo el llano. Bajo esta táctica se formó el apodo de Guardahumo, aunque la pronunciación regional cambiaba la h por la j, quedando para la historia como Guardajumo. Llegaron a decir que podía transformarse en un tronco de árbol cubierto de humo y se burlaba de cuantos le buscaban. Su risa aterrorizaba a sus cazadores que no volvían a seguirle. Otros dicen que aquel apodo se debe a que formaba varias fogatas muy limitadas donde comía para que así no pudiesen hallarle. La muerte del terror La historia de como fue capturado y ejecutado Guardajumo nos lleva a hablar de dos leyendas de nuestra guerra de independencia. Uno, realista y el otro patriota, se trata de Jacinto Lara y José Tomás Rodríguez, quien luego será conocido como el Taita Bovés. Esta historia fue usada por el célebre escritor Francisco Herrera Luque y también es narrada por Arístides Rojas. El asturiano José Tomás, junto a Lara, fueron a comerciar con una mercancía que venía de Trinidad. Debían protegerla de los salvajes que azotaban los caminos. En Guárico, ambos al frente de su caravana, acompañados de valerosos peones, son emboscados por Guardajumo y compañía. El temor los arropa, pero aquellos dos futuros hombres de guerra ya daban muestra de ese fuego que ardía en sus corazones; Hicieron frente a los atacantes derribando a cuatro e hiriendo al fugado Guardajumo. Entre los capturados estaba el tío de Guardajumo, tan malo como él, que se vio en la posición de delatarlo, lo que produjo la captura del terror de los caminos. Es sentenciado a muerte, pero la gente aún temía, creían que por ser un brujo se escaparía de su suerte desaciéndose del nudo y desapareciendo como el humo. Cuatro años tardó en llegar el día de su ejecución, todos se escondieron en sus casas, cerraron las ventanas y se resguardaron en sus habitaciones. Algunos salieron a hacer jornadas de vigilancia a los animales, otros ni si quiera se atrevieron a mirar por la ventana. Un verdugo que llegó de Caracas, en plena plaza de la Villa de Calabozo, bajo la horca daría fin a Juan Nicolás Ochoa, a quien solo Boves, en el futuro, se le puede decir que fue ¡Más malo que Guardajumo!. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí FuenteArístides Rojas, GuardajumoFrancisco Herrera Luque, Boves el Urogallo.Ilustración Francisco Maduro

La Libertadora del Libertador

Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí Esta es una de las historias más conocidas de la vida del Libertador, y también una de las demostraciones de deslealtad más grave que cualquier hombre grande, como lo fue, haya podido recibir. Se trata de como, Manuela Saenz, su amante, logró impedir el intento de magnicidio contra el fundador de la nación venezolana, y creador del Magno Estado, Colombia, la grande, cuyo nombre fue pensado por el Generalísimo Francisco de Miranda, en honor a Cristobal Colón. El mismo Garibaldi refiere en sus memorias: «Es la eterna historia, la de Sócrates, de Jesucristo, de Colón. Y el mundo ha de continuar siempre presa de estas nulidades que lo engañan». Manuela Saenz Si buscáramos un equivalente en los itos del viejo mundo en lo que simbólicamente representa Manuela Saenz para América, podríamos compararla con Belona, Diosa de la Guerra y esposa de mismo Martes Romano, o Ares Griego.  Puede que se haya desvirtuado su verdadero valor histórico, confundido con la anacronía que distorsiona los hechos, el tiempo y la visión lejana de los hombres. Desde su juventud levanta la voz en contra de la Corona y abraza la lucha patriota, afectada por las masacres de Quito, se forma el fuego de la guerra en su corazón. Se casó en 1817 con el doctor Jaime Thorne, un médico inglés de buen estatus social, con notable sobrepeso. Con el nombre de Manuela Saenz de Thorne, aparece entre las ciento doce caballerosas de la Orden del Sol. Esta valiente guerrera fue vista batallar con lanza en mano frente a un batallón de caballería y penetrar, disfrazada de hombre, uno de los cuarteles para hacer reaccionar a un batallón, para luego ser expulsada del Perú, según lo refirió Palma en su obra de tradiciones y contada de nuevo por Arístides Rojas. Vestía un dormán rojo con brandesburgo de oro y pantalón Bombacho, cabalga como lo haría cualquier hombre de caballería, de sangre fría para la batalla, pero llena de pasión. Aunque Palma, revela en ella otras cualidades, las del estudio, con sus lecturas de Tácito, Plutarco, Pelayo, amplia lectora de la historia peninsular, conocía de América como del viejo Imperio hispano. El encuentro de dos almas Al llegar el Libertador a Quito, Manuela Saenz conoce a aquel grande hombre, cuyo mito viajará hasta llegar, incluso, al viejo continente, no solo por sus hazañas y su voluntad, sino también, años después, en la moda con su sombrero que será símbolo de Libertad. Manuela, no dudaría en dejar a su esposo, quien se transformaría de caballero a un triste hombre enamorado y a quién ella llegara a responder en cartas, buscando mejorar su ánimo: «Señor; usted es excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa si no lo que usted es. Pero mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es algo, dejar a otro marido sin las cualidades de usted sería nada… ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente… Hagamos otra cosa: en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no… ¡Qué mal me iría en el cielo! tan mal como si fuera a vivir en Inglaterra o en Constantinopla…» El Libertador  recibió una copia de aquella carta y no pudo menos que sentirse halagado, respondiendo, en parte: «…Deseo verte libre pero inocente juntamente; porque no puedo sorportar la idea de ser el robador de un corazón que fue virtoso; y no lo es por mi culpa. No sé como hacer para conciliar mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío. No sé cortar este nudo que Alejandro con su espada no haría más que intrincar más y más; pues no se trata de espada y fuerza, sino de amor puro y de amor culpable, de deber y de falta: de mi amor, en fin, con Manuela, la bella». 25 de septiembre de 1828: la traición de la ambición. El Libertador descansa luego de un baño de agua tibia, junto a su amante, Manuela Saenz de Thorne. Ella presiente, en su corazón que algo ocurre, escuha a los perros ladrar e inmediatamente, despierta a Simón y le explica lo que presiente: vienen a asesinarte. Este se dirige a la puerta con espada y pistola pero esta lo detiene y le aconseja vestirse. No tarda en colocarse la ropa, al punto de tomar los zapatos de su amante. Bolívar tiene la intención de salir a hacer frente pero ella le detiene por segunda vez para saber que ocurre afuera y le señala el balcón que da a la calle. —¡Al cuartel de Vargas! —le indica—. El Libertador se dirige a la ventana pero por tercera vez, es contenido por su fogosa y amada, Manuela. Espera a que pase el ruido de la calle y este sale en el primer silencio. Abren la puerta los conspiradores y reclaman por la presencia del Libertador. Ella niega su presencia y los distrae diciéndoles que «Está en el consejo» una casa ficticia que le permite hacer tiempo para que Bolívar escape. Los asesinos abren todos las puertas y habitaciones, mientras, el edecán Ibarra se acerca para hacer frente, pero sale herido. Ibarra pregunta si ha muerto el Libertador a lo que ella responde «El Libertador vive». Manuela acuesta a Ibarra en la cama del Libertador y escucha en la calle al inglés Fergunson acercarse. Ella le dice que se aleje porque sino lo sacrifican pero este afirma «Moriré cumpliendo mi deber». Los conjuradores han escapado, Manuela llama a Fernando, sobrino de Bolívar, para recoger el cadaver de Ferguson, asesinado por Pedro Carujo, quien era su amigo. Busca al médico Moore para que cuide la herida de Ibarra, quien es llevado a la habitación del mayordomo José, que estaba enfermo. El Libertador corrió al Monasterio de las Carmelitas, escuchando los tiros y los gritos de «¡Murió el tirano!». El criado, José María Antúnez, quien acompañó a Bolívar desde el año 21

Bermúdez: Libertador del Libertador

En la historia de nuestra República de Venezuela, es muy común escuchar aquella historia de Manuela Saenz como la libertadora del Libertador. Sin embargo, existe un antecedente que habla de como José Francisco Bermúdez, uno de nuestros Fundadores, se transformó en el libertador del Libertador. Esta denominación ha dejado para la historia incluso un libro homónimo, pero es importante destacar que la realidad era muy diferente al momento estático del relato y que entre Bermúdez, un hombre impulsivo e iracundo, y el Libertador, hubo grandes diferencias. Esto, es necesario aclarar, no impidió que naciera nuestra República y se formara en América la leyenda de los libertadores venezolanos. Acorralado Simón En el año 1817, los resultados de la guerra eran poco favorables a la causa patriota. Mientras Mariño atacaba a los españoles en Cumaná el Libertador y Arismendi veían la derrota caer sobre ellos. José Francisco Bermúdez, segundo de Mariño, se encontraba totalmente reacio e irreconcibliable con Bolívar, situación que acrecentaba los problemas que ya tenían. Derrotados en Barcelona, el Libertador junto a los demás, quedan atrincherados en la llamada Casa Fuerte, donde parecía ir la muerte a buscarlos. Un oficio llega a Mariño, el Libertador de oriente, enviada a través de Soublette, quien expresa verbalmente la situación en la que se encuentran, y pide el apoyo, acotando el peligro que corría la República si no se unían para vencer a los realistas. Ante esta situación, Mariño, en las hermosas Sabanas de Cautaro, reune a las tropas y les dice, según lo expresado por Felipe Larrazabal en su obra Vida del Libertador: «No debemos permitir que sean víctima de la feroidad de sus enemigos, que son los nuestros: preparémonos para auxiliarles». Se dice que todos los tenientes de Mariño aceptaron aquella petición menos uno, José Francisco Bermúdez, quien guardaba resentimiento hacia Simón. Ante esto, el Libertador de Oriente le increpó: «No te conozco. ¿Conque abandonaremos a Bolívar en peligro, y consentiremos que sobre él triunfen los godos? ¿Y perecerán también Arismendi y Freites, y los demás amigos patriotas que con él están? Eso no puede ser» Ante aquellas palabras, Bermúdez, el alto y orgulloso hombre de fuerza, cedió respondiendo a Mariño «Estoy de marcha» y de esta forma partieron los dos grandes hombres de la Patria a enfrentar a los realistas y proteger a sus hermanos acorralados. La presencia de Bermúdez es el terror de la corona Al mando de las tropas españolas estaba el Brigadier Reala avanza sobre Barcelona para acabar con lo que restaba de la resistencia patriota. Todas las vías son cubiertas con piquetes, dejando solo libre la salida de Barcelona a Cumaná. Mariño vendría por mar y Bermúdez por tierra. Como acto de la Providencia, el miso día que llegaban a Barcelona las tropas de Real, también se acercan las de Bermúdez quien usa su imperio orgulloso sobre los realistas diciendo: «Digan a Real que se retire porque Bermúdez ha llegado» Muchas y diferentes pudieron ser las razones que el Brigadier realista decide retirarse, pero aquella elocuencia de José Francisco quedará enmarcada la leyenda. El Libertador del Libertador Sin complicaciones llegaron las tropas orientales a Barcelona. Se dice que en las cercanías del puente, el Libertador divisa a Bermúdez y aligera el paso para su encuentro. Al estar frente el uno del otro, ambos hombres cuyo rencor separaba, nuevamente los unía su nación: Bolívar, astuto, se acerca a Bermúdez y, buscando romper con aquella querella que los separaba, le dice: «Vengo a abrazar al Libertador del Libertador» Un fuerte abrazo de hermandad los une, Venezuela los unía bajo la misma causa, las lágrimas de aquellos dos grandes hombres se derramaban en sus caras. Un silencio se mantuvo entre ambos hasta que Bermúdez lo rompió expresando: «Qué viva la América libre» Sellado de nuevo, había quedado la unión de aquellos dos hombres que volverían a enfrentarse por diferencias personales, y a unirse por la lealtad al objetivo común en más de una ocasión. Fuente  Arístides Rojas. Felipe Larrazabal, Vida del Libertador. G.J.Jiménez

La primera taza de café en Caracas

Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí El café es uno de los principales productos de consumo venezolano y es, hoy, casi imposible encontrar un hogar donde este no tenga su espacio. Junto con la arepa, es protagonista de la mesa venezolana y parte de su tradicional ambiente familiar. El sabio Arístides Rojas nos dejó entre sus relatos la historia de la primera taza de café en el valle de Santiago de León de Caracas. La familia Blandain Blandain es el patronímico francés cuyo neologismo Blandín se usó para denominar tanto una quebrada ubicada al oeste de la ciudad como una plantación de café ubicada al pie de la silla del Ávila. El antecedente que debemos tomar para identificar este relato es el de la llegada en 1740 del farmacéutico don Pedro Blandain, quien consideró que podía establecer una farmacia en el valle caraqueño, al ver que este carecía de una: la única botica existente, que databa de 1649 y estaba bajo inspección de Marcors Portero, desapareció al no tener un público ni médicos que la frecuentaran. Así, don Blandain instaló en el valle la primera botica francesa, que se dice estaba ubicada cerca de la esquina del Cují, y se unió en matrimonio con doña Mariana Blanco Valois. De ocho hijos sobrevivieron cuatro, que vinieron a dar a la ciudad el aporte de su ingenio. El primero, don Domingo, doctor en teología y Doctoral en el Cabildo eclesiástico; don Bartolomé, quien estudió en Europa y trajo del viejo continente sus conocimientos sobre agricultura y el arte musical; y por último las dos hermosas hijas, María de Jesús y Manuela, orgullo de la belleza femenina de la región en aquella época. El cultivo del café A principios del siglo XVIII, los principales productos de cultivo y exportación eran el añil y el cacao.  Fue para 1720 que el arbusto de café, oriundo de la antigua Abisinia, hoy Etiopía,  fue traído de París, llegando entre 1730 al 1732, a Venezuela desde Cayena. Esta planta fue introducida por misioneros castellanos y la tierra en que inicialmente prosperó fue a orillas del Orinoco. Decía el padre Gumilla, según relata Rojas, que lo sembró en sus misiones. El padre italiano a quien debemos el conocimiento de los tamanacos y de Amalivaca, dice que lo encontró frutal en tierra de los tamanacos, entre Guárico y Apure. Es probable que haya llegado al brasil donde data para el 1771, por los misioneros desde Venezuela. Tras todo este trayecto el cultivo del café en territorio caraqueño tiene como posible fecha los años 1783 y 1784, en las estancias de Blandín, San Felipe y La Floresta en el pueblo de Chacao, las cuales pertenecían a don Bartolomé Blandín y a los Pbro. Sojo y Mohedano. Para poder dar una buena cocecha de estos frutos, entonces, se reunieron los tres productores y lograron formar semilleros bajo el método de las Antillas y lograron dar con cincuenta mil arbustos. La música y el café En el año 1786 varios eventos se suceden como una bendición para la Capitanía que, bajo la dedicación de tres distinguidos hijos, organizaron una fiesta para celebrar la primera taza de café que se tomaría en Santiago de León de Caracas.  Blandín, quien luego sería parte del proceso emancipador inicial el 19 de abril de 1810, estaría en el Constituyente de 1811 y viviría el triunfo del Libertador en 1821, fue, junto a Sojo y Mohedano, anfitrión de aquella celebración. Un dato curioso es que la música tendría un lazo intangible con aquel producto de la tierra. Tanto Sojo como Mohedano eran aficionados y practicantes de aquella hermosa arte. Así pues, ese año vienen a coincidir la visita de los señores alemanes Bredmeyer y Schult, quienes hicieron amistad con el Pbro. Sojo de la cual surgió un agradecimiento tal que estos remitieron al padre instrumentos que se necesitaban en Caracas y partituras de Playel, Mozart y Haydn. Esta hermosa coincidencia se tradujo como narra el sabio Rojas, que en las arboledas frutales de don Bartolomé Blandín se realizará aquel magno evento. A su casa llegaron en caballos y carretas de bueyes, donde encontraron la misma adornada en su totalidad, con la presencia de los sellos de armas de España y Francia. Muebles dorados o de caoba, forrados de damasco encarnado, espejos venecianos, cortinas de seda, entre otras bellezas, daban el ambiente a aquella fiesta, acompañada musicalmente por piezas de Bethoven y Mozart. Al momento esperado, todas las mesas se retiraron menos la central, cubierta de flores que acompañó la vajilla asiática que formaba parte de aquel acto. Se acercaron a la mesa, el anfitrión Blandín, junto a su hermano el doctor Domingo Blandín y los padres, Sojo y Mohedano, y es al reconocido cura de Chacao a quien se le da el honor de beber la primera taza de café en el valle. La cafetera derramó su contenido en la taza y todas las miradas se dirigieron al padre Mohedano, quien conmovido emitió un hermoso discurso que forma parte de los relatos del ilustre Rojas sobre aquel único suceso. «Bendiga Dios al hombre de los campos sostenido por la constancia y por la fe. Bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia Naturaleza a los hombres de buena voluntad. Dice San Agustín que cuando el agricultor, al conducir el arado, confía la semilla al campo, no teme ni la lluvia que cae, ni el cierzo que sopla, porque los rigores de la estación desaparecen ante las esperanzas de la cosecha». Ante estas palabras prosiguió el padre Sojo: «Bendiga Dios el arte, rico don de la Providencia, siempre generosa y propicia al amor de los seres, cuando está sostenido por la fe, embellecido por la esperanza y fortalecido por la caridad» Para el cierre, entonces, don Domingo Blandín se unió a tan hermosas palabras diciendo: «Bendiga Dios la familia que sabe conducir a sus hijos por la vía del deber y del amor a lo grande y a lo justo. Es así como el

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