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Indígena hombre y mujer uno al frente de otro, en medio de la selva.

El mito del castigo de Danta

Análisis del castigo de Danta, un mito piapoco, de autor desconocido, que forman parte de los mitos y leyendas venezolanos.

La trágica muerte de Mamacuri el cazador

Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí Nuestros nativos tuvieron grandes guerreros y los relatos sobre ellos tienen sus propias enseñanzas. Tal es la historia de Mamacuri, una que destaca por la relación directa que existe en la destreza y el orgullo, que puede llevar al hombre, incluso hasta su muerte, pero también la lealtad a la amistad y el no dejarla ceder ante la adversidad. Camino a la tragedia En las proximidades del bajo Orinoco, vivió un hombre cuyas habilidades se transformarán en leyenda. Dicen que su nombre puede encontrarse en la fundación de Nueva Andalucía, hoy Cumaná. Creció dedicado a la caza y su habilidad para la misma los transformó en uno de los mejores cazadores entre los caribes. Su nombre pudiese indicar que tuvo algún tipo de origen o nexo con los Incas, así que pudo haber viajado desde el Sur. El vocablo «Mama», entre los Incas, se relacionaba a madre, padre o creador; y curi pertenecía a la lengua caribe o chaima. Así, su nombre sería algo cercano a «Padre del acure». En aquella época, cuando vivía Mamacuri, un misionero viajó a aquel lugar donde el Orinoco desemboca en el mar. Ahí lo conoció, donde apunto de ser víctima de una pantera parda, una flecha cruzó en el aire para dar con aquella bestia y salvar al hombre de fé. Se trataba de un Cacique y Piache, amigo de Queipa, otro Cacique, a quien se le destacaban grandes habilidades sobrenaturales. Fue llevado a su tribu, la cuál conoció de cerca y pudo notar que Mamacuri no solo era un hábil cazador, sino también tenía la capacidad de domesticar a los animales salvajes. El aborigen era respetado por todos los demás, manejaba el arco y la flecha, así como la jabalina, la cual utilizaba para la pesca. Principalmente, Mamacuri era seguido por un Papagayo (una especie de loro), muy parecido a Guacamayo quien también los domesticaba; y un morrocoy, quienes lo acompañaban en sus caminos por la selva. Incluso se podían ver distintas aves y conejos realizar trucos poco usuales, que Mamacuri les había enseñado. En su espalda, llevaba como trofeo, la piel de algún felino o bestia que hubiese vencido, por lo que solía variar su vestimenta, ya que eran muchos los trofeos que este había logrado. El misionero llegó a evidenciar como los animales, ante su mirada, se volvían sumisos. La tragedia de Mamacuri Mamacuri era orgulloso, y aunque solía ser tranquilo, poco dado a la violencia, le enfurecía que dudaran de sus habilidades. Tarai o Tacuarai, el Gran Cacique, también conocido como Guaratari, sin embargo, no titubeó en poner en duda y burlarse del temido cazador. En su condición, no le debía respeto a quien estaba por debajo de él. La leyenda cuenta que esto ocurrió como resultado de una disputa entre el cacique Queipa y Guaratari. Queipa había realizado una alianza con los españoles, en la que estaba relacionada su hija Tibaire, una nativa de los Jirajara. Guaratari, quien deseaba a la hija de Queipa envió al piache Tiznado para que este consiguiera a Tibaire para él, en petición a Queipa, pero este se negó. Esto terminó de enfurecer a Guaratari. Queipa pide ayuda de Mamacuri, para enfrentar la ira del Gran Cacique, y este buscó intervenir entre ambos, pero lo único que logró fue conseguir la burla y el desprecio de Guaratari. Aquello enfureció a Mamacuri, quien decidió enfrentarse al Gran Cacique, junto a Queipa. En respuesta, Guaratari decidió cazarlo. Mamacuri fue seguido y capturado, ante el poderío de aquel líder nativo. En castigo, fue amarrado en medio de la selva a un árbol, donde se le dejó para que las bestias que él había cazado le dieran muerte. Al tiempo, apenas quedó rastro de la existencia de aquel poderoso nativo, que murió humillado, producto de su orgullo. Muerte trae más muerte Queipa murió a manos de Tiznados y Guaratari siguió en su lucha, hasta que se encontró con el español Juan Fernández de Alderete, quien tenía prometida a Tibaire, la Jirajara. Fernández se enfrentó a Guaratari y en el camino fue asesinado el piache Tiznados, a quien debía parte de su suerte por sus habilidades místicas. De esta lucha, sale muerto Guaratari, mientras que Fernández terminó casado con la hermosa Tibaire, quien luego será bautizada como Irene. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí FuenteReyes, Antonio. Caciques de Venezuela. Wikipedia. Nota: Gran Cacique era aquel que dominaba varias tribus de una lengua común. Cada tribu tenía su cacique, y de todas, se seleccionaba a un Gran Cacique, como lo fueron Guaicaipuro y Guaratari.

Encuentro entre dos mundos, ni leyenda negra ni leyenda dorada

La llegada del hombre español al Nuevo Mundo fue uno de los hechos más importantes de la historia. Diferentes posturas políticas han querido juzgar el hecho de forma fanática y poco objetiva, desconsiderando el contexto en el que desarrollan estos hechos y mirando aquel acontecimiento con la mentalidad y los valores del presente. No es pretensión de quien escribe justificar los actos del hombre, pero tampoco ser juez de algo que difícilmente podamos entender quienes hoy hablamos de derechos y libertades desde un ordenador, sin intervenir presencialmente en la realidad ni correr mayores riesgos, o por lo menos, no como los de la época. Más que eso, es hablar de los hechos con la menor emocionalidad posible y que nos permita entender ese pasado. La leyenda negra fue una herramienta política para el confrontamiento con ese pasado, así como la leyenda dorada española para tratar de contrarrestarla, pero ambas son posturas sesgadas que buscan defender los intereses de quienes levantan aquellas banderas. Para lograr esto, los invitamos a viajar y ponernos en las pieles de aquellos antiguos hombres, mercenarios, parias, aventureros o hijos de su tiempo, cualquier denominación que desees darle. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí El tiempo transcurre más lento Para tener una idea del hombre del siglo XV es necesario pensar en la velocidad que transcurrían las cosas. No había teléfonos celulares ni aviones. La velocidad de la comunicación entre dos regiones podía tomar días, así como el tiempo de traslado era mucho más lento. Entender esto es primordial para comprender las necesidades de la época y cómo se desenvolvía aquel hombre, lleno de sueños, fantasías, rodeado de tantos misterios y tanto por descubrir. En ese hombre todo ocurre más lento y su vida está libre del estrés de nuestros tiempos. La cantidad de información que este recibe está determinada por sus contactos, lecturas, formación, mas no existe el internet y depende de su acceso a los libros, el conocimiento alcanzado para entonces, para poder formar su pensamiento. Eran días de fe Otro elemento que obvian quienes vivimos en esta época es la fe, porque en estos tiempos la religión ya no rige nuestras mentes, no como antes. Y más aún, el catolicismo español que fue uno de los más arraigados y fervientes. El hombre de aquellos días era un hombre de fe, aun siendo un bribón. Para Lope de Aguirre es inevitable atacar o excusarse ante Dios por sus actos, porque aunque estuviese pecando y blasfemara, el conflicto religioso vive dentro de él. Esto también afectaría a los “Reyes Católicos” quienes buscan el beneplácito de Dios y no quieren que sus acciones pudiesen tomarse como anatema. La conciencia toma parte de la acción de los hombres de Estado de aquellos tiempos, quienes se verían afectados, quieran o no, por las creencias de aquella época. La conquista Si tomamos en cuenta los dos factores antes nombrados, el tiempo y la fe, tendremos a un hombre con una visión muy diferente al presente, con miedos diferentes, pero también con una cantidad de conocimientos y acciones que dependerán inevitablemente del tiempo y la distancia. Para ir al Nuevo Mundo era necesario viajar en barcos durante periodos largos, y ese tiempo no solo afectaba a quienes decidían viajar sino a la velocidad en la cual, quienes habitaban en el nuevo continente, recibían información, suministros, apoyo y directrices: una ley aprobada por la corona podía quedar fuera de contexto cuando esta llegaba al Nuevo Mundo, gobernar aquel Imperio no era tarea sencilla. Aquí es donde se encuentran dos fuerzas de gran influencia, los reyes que reciben información de parte de misioneros y hombres que estuvieron en el nuevo mundo, denunciando los abusos y las fechorías que allá se cometen, y mientras estos discuten, reflexionan, debaten; en la América hispana la vida sigue, el comercio no se detiene y los abusos tampoco. Un hecho es, que desde que el hombre existe, la conquista ha ido de su mano. Antes del descubrimiento del nuevo mundo, la conquista funcionó casi sin conciencia, como un derecho de los fuertes sobre los más débiles. La llegada al Nuevo Mundo, por parte del hombre hispano, generó un gran cambio en la forma en que se conquistaba. Interviene una conciencia religiosa que generó un conflicto interno, en el que estos se vieron en la necesidad de reflexionar y justificar sus acciones. ¿Qué otra civilización pasó por un proceso de conciencia como lo fue el de España? Tal vez para el hombre actual aquel conflicto interno sea hipocresía, pero para el de la época significaba algo de gran importancia, era su salvación o su condena. Para el escéptico de hoy, esto no sería un argumento, pero no era eso lo que pensaría Fernando “el católico” o el clero de entonces, para ellos el Nuevo Mundo traía con él una cantidad de problemas teológicos, políticos y económicos que debían ser resueltos. Lo primero que ocurre en 1493 es que los reyes de Castilla y Aragón buscan autorización del Vaticano para conquistar la tierra descubierta. ¿Qué les impedía hacerlo? La conciencia de la época los llevaba a actuar conforme a lo que dictaba la fe. Basado en las “Siete partidas” el Papa dona a través de la bula, el territorio a los reyes castellanos, quienes tenían el deber de evangelizar las nuevas tierras. El padre Montesinos y las leyes de Burgos En 1510, al ver la opresión y el abuso de los españoles que poblaban en La española —Santo Domingo— el padre Montesinos dio un sermón en el cual negó la comunión de quienes gobernaban en aquella tierra, lejanos a los principios cristianos. Dos años tomó desde aquella demanda para que formaran las leyes de Burgos. Entre estas leyes se decretaron una cantidad de cosas que aquellos que esgrimen la leyenda negra han obviado: Los indios son libres y no pueden ser esclavizados El régimen de trabajo pasó a ocho horas Las mujeres embarazadas no podían emplearse Elevaron el jornal Quedaban prohibidos los castigos directos Esto no

La leyenda del Capitan y Amalivac

Cuenta una antigua leyenda que un Capitán llamado Antonio Santos llegó en sus exploraciones hasta el mismísimo Dorado, tierra ambicionada por los alemanes cuando gobernaron Coro y de la cual se desprende la novela «La luna de Fausto» de Francisco Herrera Luque. Dicha leyenda describe aquel lugar perdido y ambicionado. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí El Capitán Antonio Santos Entre voces ha recorrido la leyenda del Dorado,  y de esa misma forma, la del español que llegó a él. Aunque la más común dice que fue en busca de sus tesoros y encontro mil maldiciones, Celestino Peraza nos da diferentes luces sobre lo que motivó al explorador a penetrar la sierra de Paracaima, hasta la cumbre de Parakambo, en plena Guayana venezolana, ante el imponente Roraima y sus alrededores. Existe una fuerza que puede mover a los hombres que supera la misma ambición por lo material y es el amor o la compañía de una mujer que pueda complementar su vida. El capitán había enviudado dos veces y descubrió en sus expediciones algo en que enfocar su energía y pensamientos. Fue el encuentro con Macapú, cacique de los arecunas, lo que impulsó al explorador a emprender su viaje, pero sus razones fueron muy lejanas a lo que muchos creerán. De la boca del nativo supo que en la cima de la sierra habitaban especies superiores que eran: los rayas con la boca en el ombligo; los cíclopes, altos y con un ojo en la frente y los cabeza de perro. Antonio Santos, viudo, había vivido relaciones conflictivas donde sus señoras habían sido mujeres celosas, mientras él, un hombre de poca fuerza para soportar la tentación del sexo opuesto. Al saber de la posibilidad de conocer mujeres de otras razas, pensó que podía hallar en ellas la libertad de amar sin ser celado. Macapú, el apoto¹ arecuna, ante la insistencia, aceptó guiar al capitán hasta el pie de la sierra, pero no más, porque él tenía prohibido ir más allá. El trono de Amalivac Varios días tomaron al capitán y sus hombres para hallar la entrada que los guiaba al lugar donde habitaban aquellas razas que relataba Macapú. Celestino describe aquella travesía de los exploradores de la siguiente forma: «Entró en su pequeña embarcación por la boca del Caroní… grandiosas cascadas contemplaron con admiración donde se pierde hace siglos una fuerza de quinientos mil caballos, suficiente para mover una línea férrea desde el Orinoco hasta la región aurífera… pasaron frente Caruachi, Guri, San Serafín, San Pedro… Atravesaron luego la Sierra Paracaima erizada por filones auríferos intocados hasta ahora; descendieron al monte Umarida, donde nace el río Sirumu; siguieron las aguas de éste que caen al río Branco, y por este continuaron navegando hasta la desembocadura de Macayai donde llegaron empezando a oscurecer, después de sesenta días de navegación… Alzaron la vista hacia la cumbre de Parakambo, de 2508 metros de alturas y tuvieron que cerrar los ojos deslumbrados por los rayos que la coronaban». A 300 pies dieron con una caverna donde cada pocos pasos tropezaban con huesos humanos en lo que parecía ser las ruinas de una ciudad perdida en el tiempo. Al salir de la necropolis y llegar a la cima se encontraron con aquellas razas que les había relatado el arecuna. Las criaturas los rodearon y llevaron hasta la casa del anciano Torocaima, que habitaba en el lugar. En perfecto castellano este les conversó y sorprendedido, el nativo después de un largo interrogatorio, preguntó: —¿No es la tentación del oro, el deseo de encontrar el Dorado, lo que os hizo subir a esta montaña? —En parte puede ser eso también, pero no por codicia, sino por la novedad, por el mérito de ser el primero en encontrarlo, —explicó el Capitán—. —Pues bien, lo habéis logrado, estás en el Dorado. Estás en el imperio de Cora Capac, llamado Amalivac por los aborígenes de América, pero debes saber que el mortal que llega al Dorado no vuelve a su país, debe prepararse a vivir o morir aquí si llegasen a intentar escaparse. Para el Capitán fue sencillo decidir quedarse y luego de un tiempo interrogó al anciano quien le explicó que la dinastía Capac no desapareció, sino que Manco Capac huyó junto a su mujer Mama-Cusi y su servidumbre superviviente, hasta que llegaron al Dorado. El capitán deseaba una mujer de otra raza, que no lo celara, a lo que el anciano Torocaima le dijo que tenía lo que buscaba. Antonio Santos y sus hombres fueron llevados ante el Inca y ahí se le ofreció al capitán la mujer que soñaba. Estaban en el Palacio de oro de Cora Capac y tenía frente a él a una mujer hermosa hecha a su medida. El explorador no dudó en hacerle una cortesía pero esta no se inmutó. Torocaima le explicó que la mujer era ciega, así que entonces intentó hablarle pero esta no respondió. Entonces el anciano le dijo que tampoco podría responderle porque además de ciega era sordomuda. Frustrado el Capitán replicó. El viejo, sabio, le explicó que una mujer que no sea celosa solo puede encontrarse en las estatuas, pero que él le ofrecía una mujer que de cinco sentidos tenía dos, lo que disminuye en tres partes los temores de conflicto. Con esta explicación, el capitán cedió y aceptó el presente que recibía. Seis meses después el capitán apareció en el Delta, narrando sus historias y lo que había descubierto, pero muchos se preguntaron ¿Cómo y por qué se escapó? —Fingí que había muerto, fui arrojado a la caverna de los cadaveres y luego salí por donde había entrado. Cuando la gente le pedía volver, el se negaba, porque allá estaba su mujer, mucho más temible que sus difuntas, porque al carecer de sus otros sentidos había desarrollado el olfato y el tacto de tal forma que le perseguía por el olor y como no podía llorar ni insultar, le expresaba sus rabias o reclamos con sus uñas sobre su carne. Si quieres recibir

Anaida y Turupén

El contralmirante y escritor José Ramón Yepes, tuvo una obra cargada del nativismo regional. Este zuliano describió en su novela, Anaida, parte de como eran las tribus guajiras que convergían alrededor del lago de Coquivacoa. La hermosa novela de Yepes nos traslada a tiempos de antaño y nos describe aquellas culturas de las que poco se conoce hoy día. A la orilla del Coquivacoa A la orilla del gran lago de Coquivacoa, conocido como «de Maracaibo», habitaban varias tribus entre las cuales estaban, según nos cuenta Yepes, los poraucas zaparas y los poraucas aliles. Los primeros, se decían hijos del caimán, bendecidos por el manto de Amariba o el Genio bueno; mientras los segundos provenían de una petición que hizo Iboroco, un demonio que luego de despedazar a una garza y sacar todas sus plumas, pidió a Yarfá, el genio malo, espíritu maligno de la noche, que diera vida al más valiente nativo, llamado Alile, cuyo nombre quedó para su tribu. La tribu Zapara y la tribu Alile fueron rivales durante mucho tiempo y aunque tuvieron momentos de calma, todo cambiaría, cuando Aruao y Turupén se enfrentaran a muerte tras el grito de guerra. Anaida, la virgen. Al morir Naguala, dejó como hija a Anaida, la mujer más hermosa conocida a las orillas del lago. Así como bella, su vida era una tragedia, pues había tenido que ver morir padres y hermano, siendo su dolor una grieta que dividía su alma. Itota, sabia matrona capaz de ver lo que muchos hombres no alcanzan, había ofrecido al Alile Aruao, a Anaida como mujer, pero Turupén desconocedor de aquello, no dio descanso hasta cautivar a aquella fascinante mujer que sus ojos y pensamiento no abandonaban. Con el tiempo el amor se dio entre Anaida y Turupén, quienes decidieron unirse, lo que se transformó en una festividad única y caraterística de los poraucas. La venganza de Aruao Al enterarse Aruao, un ardor se produjo en su alma, iracundo, gritó y maldijo, hasta que decidido retó a Turupén a un combate a muerte. Toda la región tembló ante aquella proclama, y el astuto hijo de Iboroco no mediaría recurso para vengarse de Anaida y Turupen. Planificó aquel combate, el cual Turupén aceptó, y viajó hasta que el can negro, una culebra, le causó una herida. Al entender el riesgo de avanzar decidió esperar y llamar la atención de Turupén para que fuese hasta donde estaba él. Chaima, otro de los aliles, secuestró a Anaida y la llevó consigo hasta encontrarse con Aruao. El hábil nativo escuchó a los lejos, a través de la tierra, el avance de Turupén, así como el de Chaima, y por breve instante pensó que venían dos contra él, hasta que al llegar el alile, entendió de quien se trataba. Turupén, advertido por Itota, cambio su ruta para sorprender a Aruao, y al llegar no pudo menos que enfrentar a los dos aliles. Derrotó a Chaima y confrontó a su retador. La batalla fue larga y dura, pero al final, protegido por Amariba, Turupén vence a su rival y cae en los brazos de su amada. Así, los zaparas cantaron felices la victoria de Turupén quien pudo ganarse por el cortejo y por la fuerza, el amor de Anaida, la virgen. Manuel de Braganza Fuente Anaida, José Ramón Yepes

Guaicamacuare y Francisco Fajardo

Entre los nobles salvajes había un cacique que tenía el don de prever el futuro y mirar en los corazones de los hombres. Este fue el piache, Guaicamacuare.

Tiuna El gran espíritu de la lucha

El Cacique del Valle Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí Alto, fornido, envestido con un gran plumaje rojo e imponente, Tiuna era el primero de los hombres del valle de Caracas. Su dominio ocupaba la región del teque, en todo lo que ocupa hoy Catia La Mar, en el valle de Los Guayabos, llegando a delimitar con lo que hoy conocemos como Valles del Tuy. Era un gran guerrero y al mismo tiempo líder. Su condición de máximo Cacique de la región fue otorgada por el mismísimo «Catia». Su prestigio no solo era por sus habilidades físicas, era inteligente, prudente y sagaz; respetado tanto por los suyos como por otros caciques. Para el año 1568 las tribus que habitaban el valle tenían la moral baja debido al poderío español. Aún así, la presencia de Tiuna, a pesar de los reveses, empezó a cambiar el ánimo de los nativos. Su orgullo herido, perder lo que consideraba suyo, lo impulsaban a batallar, elaborando estrategias que victoria tras victorias cambiaron el panorama que venía mostrándose. La guerra por el valle Tiuna había elaborado una serie de estrategias para enfrentar a los españoles. Junto con Amaipuro, su hombre de confianza, evitó el desembarco de un velero, comandado por Diego García Paredes y Gutierrez de la Peña,  con municiones y refuerzos en el sotavento del Valle de los Guayabos. Enfrenta en la villa del Collado a los hombres de Bernaldez y Burgos, donde alcanzó el triunfo. Parecía estar en todas partes, al punto de sorprender a Carpio en Las Lomitas, Sierra de Capaya, derrotándolo y mostrando su temeridad y gran capacidad para la guerra. Tras la conquista de Santiago de León Tiuna había estado reuniendo a todos los nativos aledaños, alcanzado cifras, discutidas, que rondan entre diez mil y catorce mil hombres. Era el momento para recuperar la tierra, había que romper el cerco de hierro en la vega del Guaire y defender el territorio de la Sierra.  Guaicamacuto lo asistiría por la vía marina, mientras que se iban formando cuadros alrededor del valle para atacar de forma simultánea en varios lugares. Buscaba dominar el litoral, cerrar el camino de la costa para luego cubrir la villa de Santiago de León. La sombra trae la muerte La muerte de Tiuna tiene dos variantes pero en ambas está incluida la acción de un nativo quien acaba con su vida cuando este se encuentra desprevenido. En ambas versiones se manifiesta la fuerza física y espiritual del cacique. La primera dice que un nativo mercenario, al conocer las riquezas que se ofrecían por la vida del cacique, se infiltró en donde yacía Tiuna y su gente. Cuando menos lo esperaba el mercenario apuñaló con una daga al poderoso líder. Tiuna, al verse herido reacciona y estrangula a su asesino y antes de morir expresa: «¡Solo así podían acabar los españoles conmigo!» La segunda variante indica que Tiuna murió en batalla, siendo el último nativo de pie, retó a Losada al combate. El reto fue delegado en Francisco Maldonado, pero Tiuna hirió con una lanza a Losada, saliendo los demás en su socorro, también hiere a Gallegos, a Pinto y a San Juan. El Poderoso cacique parecía invencible hasta que una flecha disparada por un nativo criado por Maldonado lo atravesara. Así muere Tiuna, luz del amanecer, deidad del agua, el gran espíritu de la lucha, el de ojos pardos y corazón de niño. Si quieres recibir nuestros artículos más recientes suscríbete aquí Fuente Reyes, Antonio. Caciques aborígenes de Venezuela Tomo 1 Fundación Polar, 1997, 50, Tomo IV. María Electa Torres Perdomo – Aborígenes olvidados de la historia.

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