Nuestro pasado tuvo hombres virtuosos de gran reconocimiento, pero también tuvo aquellos que lograron fama por sus fechorías y malas prácticas. Así es como se inmortalizaron Boves, el Urogallo, y uno menos trascendental pero que forma parte, hasta de nuestro hablar: Guardajumo.
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Más malo que Guardajumo
De la nada, polvo y humo
se ha formado aquel Dios Sumo.
La última hora ya presumo
que ha llegado a Guardajumo.
Poeta, Gil Parpacen.
Juan Nicolás Ochoa nació en el pueblecito de los Ángeles, al sur de Calabozo, entre los años 1780 y 1782, no se sabe con certeza. Descendiente de los Guamos, una etnia que habitó los llanos en épocas remotas. Desde pequeño, el indio Juan Nicolás, presentó tendencia a la vagabundería. Robaba a su madre todo aquello que pudiese vender y se rodeaba de la peor compañía. Siendo joven llegó a estar encarcelado pero con el tiempo fue obteniendo la habilidad de pasar inadvertido por las autoridades de la época.
En su adultez, rapaz y experimentado, se va transformando en el salteador peligroso de la Provincia. Atrae a los viajeros para luego sacrificarlos, azota los hatos y mata a los animales; roba a los arrieros que transportan mercancía y desaparece por un tiempo para que le olviden y así volver con nuevas energías. Algunos lo tomaron por brujo por su capacidad para sorprender, atacar con su gavilla de madera y desaparecer, siendo considerado por algunos, un espíritu maligno. Junto a él, estaban forajidos que le obedecían, fuese a donde fuese, causando terror en todo el llano.
Bajo esta táctica se formó el apodo de Guardahumo, aunque la pronunciación regional cambiaba la h por la j, quedando para la historia como Guardajumo. Llegaron a decir que podía transformarse en un tronco de árbol cubierto de humo y se burlaba de cuantos le buscaban. Su risa aterrorizaba a sus cazadores que no volvían a seguirle. Otros dicen que aquel apodo se debe a que formaba varias fogatas muy limitadas donde comía para que así no pudiesen hallarle.
La muerte del terror
La historia de como fue capturado y ejecutado Guardajumo nos lleva a hablar de dos leyendas de nuestra guerra de independencia. Uno, realista y el otro patriota, se trata de Jacinto Lara y José Tomás Rodríguez, quien luego será conocido como el Taita Bovés. Esta historia fue usada por el célebre escritor Francisco Herrera Luque y también es narrada por Arístides Rojas.
El asturiano José Tomás, junto a Lara, fueron a comerciar con una mercancía que venía de Trinidad. Debían protegerla de los salvajes que azotaban los caminos. En Guárico, ambos al frente de su caravana, acompañados de valerosos peones, son emboscados por Guardajumo y compañía. El temor los arropa, pero aquellos dos futuros hombres de guerra ya daban muestra de ese fuego que ardía en sus corazones; Hicieron frente a los atacantes derribando a cuatro e hiriendo al fugado Guardajumo.
Entre los capturados estaba el tío de Guardajumo, tan malo como él, que se vio en la posición de delatarlo, lo que produjo la captura del terror de los caminos. Es sentenciado a muerte, pero la gente aún temía, creían que por ser un brujo se escaparía de su suerte desaciéndose del nudo y desapareciendo como el humo. Cuatro años tardó en llegar el día de su ejecución, todos se escondieron en sus casas, cerraron las ventanas y se resguardaron en sus habitaciones. Algunos salieron a hacer jornadas de vigilancia a los animales, otros ni si quiera se atrevieron a mirar por la ventana. Un verdugo que llegó de Caracas, en plena plaza de la Villa de Calabozo, bajo la horca daría fin a Juan Nicolás Ochoa, a quien solo Boves, en el futuro, se le puede decir que fue ¡Más malo que Guardajumo!.
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Fuente
Arístides Rojas, Guardajumo
Francisco Herrera Luque, Boves el Urogallo.
Ilustración Francisco Maduro