Eugenio Montejo: bonzo de la poesía

José Paniagua

Autor

Fotografía de Eugenio Montejo

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El siglo XX venezolano fue testigo de un florecimiento lozano en el campo de la literatura y la poesía nacionales. Uno de los mayores exponentes de nuestra destreza literaria fue el poeta Eugenio Montejo.

Montejo nació el 18 de octubre de 1938 en la ciudad de Caracas, aunque se trasladó tempranamente a la ciudad de Valencia, en donde pasaría la gran parte de su vida, y en donde también hallaría finalmente el eterno descanso, un 5 de junio de 2008.
Aunque la difusión de su obra fue tardía, el impacto de sus versos produjo una oleada de unánimes aplausos por parte de los círculos literarios del país y de toda la región, siendo considerado como integrante de esa brillante generación poética del 58, junto a poetas eminentes como Rafael Cadenas, Guillermo Sucre y Ramón Palomares.

También fue fundador de la revista «Azar Rey» y cofundador de la revista «Poesía» de la Universidad de Carabobo. Formó parte del cuerpo investigativo del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos en la ciudad de Caracas y trabajó como diplomático en la embajada de Venezuela en Portugal en los años 70.

Vivió en España, Portugal, Cuba, Costa Rica y México, países que le enriquecieron con nuevas perspectivas y concepciones, que elevarían la complejidad de su obra.

En el año 1998 es distinguido con el Premio Nacional de Literatura de Venezuela, uniéndose a una selecta lista de grandes representantes de la literatura vanguardista venezolana.

En 2004, es galardonado con el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo, consagrándose como uno de los poetas más relevantes de la historia reciente en la literatura latinoamericana.

A causa de un cáncer, su vida se extinguió, pero el destello de sus versos sigue alumbrando imperecederamente a los corazones devotos a su lectura y estudio, con lo cual nos queda el deber, como venezolanos, de continuar con su legado. Leyendo y aprendiendo, solo con esto podremos salir adelante.

«Estoy cansado de palabras» llegaría a escribir alguna vez, denotando esa fatiga de la laboriosidad que atraviesan los artesanos de las letras, como lo fue él. Lozano y afable con el ritmo de sus escritos, dirían sus lectores que sus composiciones se asemejan a una música sutil, cálida en su acogida, tierna en el regazo de quien la adopta, candorosa para el alma. Montejo cabalga el lenguaje, no lo somete ni lo maltrata, le hace mimos y lo consiente con sus ideas, frescas y atrevidas, que van desde el goce del niño hasta el placer de los más longevos.

Ve en la destreza poética una soledad decente, no arrogante en sus designios, más sí decidida en sus pasos firmes que calan en los confines de la tierra solitaria, terrenos en donde lo humano no concede acceso a sus pasiones, tan solo restringe sus ansias de huroneo viendo a lo lejos, sintiendo con la pluma los deseos de tan traviesa criatura.

«nada pide
ni siquiera palabras»

Recibe de ella obsequios que aceleran su pulso, hacen saltar a su corazón dentro de los contornos mucosos de su interior, resquebrajando sus huesos y sintiendo como la piel se le despega, cae al suelo y con ella, como un trapo sucio, la usa para tomar las migajas de sí mismo. Ese afecto vehemente que recibe lo despierta de su narcosis, lo endereza y ubica sobre los planos de la inmediatez: debe escribir, es necesario formar dibujos con las tiras del corazón, plasmar sobre el rostro venezolano imágenes íntimas y universales. Eugenio es sempiterno, porque florece con sus versos que cobran vida en cada invocación por las lenguas ajenas que le admiran con honradez. Él concibe al mundo como un glosario de signos, un conjunto simbólico que se mueve con furor, y al hombre, según su criterio, le corresponde descifrarlo. Toda su obra puede entenderse como un esfuerzo supremo por el desenredo de ese tornado de simbologías que representan al mundo poético.

Grandes son los poetas, inmensas sus obras y mayúsculas sus herencias a la cultura.
Recordemos con afecto a este incansable cultivador de la poesía venezolana.

Esto es un Hecho Criollo.

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