Rufino Blanco Fombona
El escritor, historiador y político venezolano, Rufino Blanco Fombona, fue un hombre polémico de su época. Estuvo en La Rotunda, fue enemigo de Gómez y un hombre de terrible temperamento. Usó su idioma nativo como si de un arma de guerra se tratara. Era, sin duda, de corriente bolivariana, aunque también se puede visualizar en sus escritos históricos la influencia del positivismo.
El 5 de septiembre de 1904, estando en Amsterdam, cavila, reflexiona y analiza sobre su país. Una de sus prácticas literarias fue la construcción de un diario íntimo, aunque muchas de sus partes desaparecieron por quienes le adversaban en la época de Gómez, otras páginas de más vieja data han quedado para la historia. Ese día escribe en su diario lo que el considera que necesita Venezuela para transformarse en la nación que tanto se anhela. Su análisis corresponde a la época, pero puede que en alguno de sus planteamiento nos encontremos con un hombre de gran visión sobre todo lo que refiere a la nación; en otros veremos como roza con el dogma del Libertador, soñando con Colombia, la grande. Acá dejamos extractos de su diario de aquella mirada de aquel hombre.
5 de septiembre
¡Cuánto hay que hacer en provecho de nuestro país!
Hay, lo primero y ante todo, que llevar cueste lo que cueste, inmigración, principalmente italiana y española, que tan bien se asimila; pero sin olvidar fundar algunas colonias con gente del Norte de Europa: alemanes, suecos, etc. Esta gente nos dará virtudes que los latinos no poseen… sin olvidar las lecciones que nos enseñan en cuanto a problemas de inmigración, los Estados Unidos.
Lo segundo que debe establecerse sobre sólidas bases es la instrucción pública; no la instrucción superior, sino antes que nada la instrucción elemental y técnica. Necesitamos técnicos: muchas escuelas de minas, muchas escuelas de agricultura, de ganadería, de artes y oficios; y necesitamos que el último indiecito en la última aldeúca sepa leer y escribir… los ingenieros, abogados y médicos vendrán después. Al contrario, creo que los hay de sobra; y que esos médicos sin clientela, esos abogados sin pleitos, esos ingenieros desocupados son vivero de ambiciones política, perturbadores del desarrollo normal del país.
Crear ciudadanos es la mejor venganza que se puede tomar contra los bárbaros y su desgobierno. Necesitamos buenas Escuelas Normales. Y, sobre todo, necesitamos crear caracteres de alta temperatura moral.
No debemos fabricar leyes y leyes, en serio. Basta con que las que existen se cumplan. Una ley mediocre que se aplica es preferible a una ideal que todos burlan. Hay que crear el respeto a la ley, principalmente en los que deben aplicarlas.
Hay que establecer vías de comunicación por todo el país y que no permanezca el Norte separado del Sur, ni el Este tan extraño del Oeste como si no se tratase de una sola nación. ¿Desde cuándo no se tiende un kilómetro de riel en Venezuela? ¿Es comprensible que los productos de una región del país no puedan se conducidos a otra región, al punto de que resulte más barato traerlos del extranjero? Sin comunicaciones, no hay vida común. Sin vida común, no hay sentimientos comunes. Sin sentimientos comunes, no hay patria.
Conviene mandar jóvenes en número de millares —no menores de veintiún años y ya con sentimiento nacional bien desarrollado en los hogares, en las escuelas y en las lecturas— a formarse o terminar de formarse técnicamente en Europa… En Alemania para que aprendan disciplina social; para que allí estudien la medicina, la química, la filosofía, las industrias; los que vayan a estudiar para ingenieros mecánicos y para marinos, para banqueros y comerciantes, a Inglaterra; militares y escritores, a Francia; pintores, a España; escultores, a Italia, a pesar de las últimas pastas italianas de escultura. Y así a cada país sacarle su mejor substancia.
Alejarnos política y económicamente de Estados Unidos, mientras se pueda, sin dejar de estudiarlos; fomentar el hispanoamericanismo y estrechar lazos con las pequeñas potencias de Europa como Bélgica y Holanda, que nos puedan prestar dinero y fomentar nuestras riquezas, sin que temamos por nuestra independencia.
España es uno de los países de Europa cuyo acercamiento puede sernos más provechoso.
Venezuela debe armarse: no se respeta sino a los fuertes. Ya se ha dicho: el hierro fortifica. Debe establecerse el servicio obligatorio. Algún será quizás un progreso que no lo haya. Hoy no… Nuestras costas están a merced del primero que se presente con media docena de buques… Es necesario fomentar el espíritu marinero de nuestras poblaciones costaneras. Es necesario fundar arsenales, astilleros, darle a nuestras costas y a nuestro país la seguridad que dan en una casa la cerradura, la policía, el derecho del amo… y su revolver.
Es necesario crear un plantel de hombres aptos, preparados, técnicos, en cada uno de los ramos de la administración del Estado. Son indispensables especialistas de talento, de carácter y muy patriotas para la carrera diplomática y no escoger solo a los diplomáticos entre los que tienen don de gentes o buena figura. Es necesario acabar con la ignominia de las reclamaciones extranjeras, que es el mejor negocio de los diplomáticos europeos y yanquis.
Los financistas profesionales faltan. Debemos modificar la administración del país. Hay que darle nuevas bases a la economía nacional. No es posible que cada contrato que firme el Estado con cualquier empresa sea ruinoso a la postre para el país por imprevisión. No es posible que nuestras propias riquezas naturales lleven los millones al extranjero y nos dejen pauperismo y descrédito. Nuestro código de minas merece atención especial.
… Hay que crear una guardia civil, sobre el modelo español y con especialistas de España, para que acabe con ese bandolerismo que tan a menudo se llama revolución.
No existe un solo ramo de la Administración del Estado que no esté pidiendo reformas…
Nuestros desiertos y fronteras de Guayana deben ser colonizados con gentes y curas nacionales. Debemos allí multiplicar las escuelas, fundar pueblos, fundar fuertes, abrir comunicaciones, crear intereses, crear vida civilizada y proteger y amar a los indios, nuestros compatriotas, nuestros hermanos.
Hay que unirnos a todo trance con Colombia… y formar con ella un solo cuerpo de nación… el Ecuador también podría y debería entrar en esta unión.
No olvidar nunca que el peligro máximo para los hispanoamericanos está en los Estados Unidos. No ver sin temor en nuestro Continente que un pueblo cualquiera crezca y se fortalezca mucho más que los otros —pienso en Brasil— y sea más poderoso que dos o tres de ellos unidos. Pero todavía sería eor que la Guayana inglesa o Curazao, o las Malvinas cayesen en manos de los Estados Unidos.
Debemos hacer de Caracas una ciudad de primer orden: no hay gran pueblo sin gran ciudad.
No acabaría nunca si fuese a puntualizar y en el orden debido todos nuestros problemas. Sobre varios de ellos he escrito a menudo al Presidente general Castro. A veces ni siquiera me contesta. Es un ciego vanidoso y bárbaro, rodeado de gente que lo acapara, lo aísla, lo adula y lo explota. Sin embargo, Castro tiene la inteligencia natural. Tiene sentimiento patrio, aunque turbio y mezclado con enmarañadas concupiscencias. Quiere al país como el jinete al caballo que monta o el pastor a la vaca que ordeña.
Castro con todo, me parece que tiene condiciones que podrían ponerse al servicio de altos ideales de civilización. ¡Si yo fuera a Venezuela y ese hombre me oyese!
Transcripción: G.J.Jiménez