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¡Ese carricito es un hombre!

Retrato de Joaquín Crespo

El periodista Óscar Yáñez nos dejó un legado de conocimiento histórico, proveniente de la historia contada y transmitida a través de la palabra. Conozcamos un poco sobre un carricito que, siendo muy pequeño, decidió tomar un arma e irse a luchar con los adultos. El niño y el general El general liberal, Manuel Borrego, recibió desde pequeño a Joaquín, un pequeño temerario, que lo acompañaba a donde fuese. Cuenta Yánez, que un día iban galopando Borrego y un joven, el primero en su caballo, y el segundo en un burro. El jovencito le preguntó a Borrego «Mi general, ¿Usted me puede dar un chopito?» a lo que el general estupefacto le respondió «¿Y un «chopito», para qué, muchacho?», «Para cuidarlo a usted, porque usted me ha contratado para que yo lo cuide». Ante esto, Borrego le aseguró al joven, que al volver a casa, le iba a dar un chopo, pero que no lo podía disparar, a lo que Joaquín asintió. Al llegar a la casa, el general ordenó a la servidumbre que le prepararan una escopeta, le recortaran el cañón, le colocaran cuatro proyectiles y se la dieran a Joaquín. Luego Borrego le recordó al joven que no debía usarlo. ¿Yo no lo le advertí que se quedara quieto? Al día siguiente, Borrego y el joven salieron a buscar a los revolucionarios, pero cayeron en una emboscada del Gobierno. El general le dijo al muchachito que se escondiera detrás de una mata y se fue a hacer frente contra su enemigo. A poco tiempo de irse al frente, sintió que alguien a su lado también estaba disparando. Era el joven Joaquín que «echaba plomo». Ante esto, Borrego exclamó «¿Yo no le advertí que se quedara quieto? ¡Deje de disparar!» ante la orden de Borrego, el joven respondió «No, porque yo lo estoy cuidando» Aquel día fue cuando Borrego dijo «Carajo, este carricito es un hombre». Y ese carricito, al pasar los años se transformó en presidente de la República. Ese carricito era Joaquín Crespo. Fuente Yánez, Óscar. ¡Así son las cosas! Intimidades de los presidentes. Historias, calumnias y chismes. Editorial Planeta.

Almirante Padilla: Su única culpa fue ser tan inocente

Retrato de Padilla

La noche del 25 de septiembre de 1828 ocurrió un suceso que sentenciaría el destino de la ya frágil República de Colombia: El intento de magnicidio contra El Libertador Simón Bolívar, quien fungía como Dictador Plenipotenciario de la casi extinta nación. El principio del fin Aquella noche, un grupo de treinta y siete conspiradores, entre civiles y militares, comandados por el sempiterno conspirador Pedro Carujo, irrumpieron de forma violenta en el Palacio San Carlos de Bogotá, que servía como casa presidencial, y, abriéndose paso a bala y espada, fueron a la habitación de El Libertador para darle muerte, el objetivo se salvó por la heroica ayuda de su amante Manuelita Sáenz, su más fiel compañera. Mientras esto sucedía en el Palacio Presidencial, otro grupo de soldados comandados por el Capitán José Briceño, se dirigieron al Cuartel de Caballería y Artillería San Carlos de Bogotá. Allí se encontraba detenido, en espera de juicio, el General de División (Vice-almirante) José Prudencio Padilla López, sindicado de los delitos de rebelión y sedición por los hechos ocurridos en Cartagena de Indias, rebelándose en contra de las artimañas del General Mariano Montilla y la élite cartagenera. Lo que dijo Padilla Padilla dormía tranquilamente cuando a su puerta tocaron con mucho afán. Al abrirla, se encontró con su carcelero, el Coronel José Bolívar, con cara asustada.  —¿Qué pasa coronel? —Preguntó Padilla —Que me matan mi General. —Respondió el Coronel Bolívar. Detrás del coronel, se vio la silueta de varios hombres, con el Capitán Briceño a la cabeza. El mismo pidió a Padilla que tomara el mando de la revuelta, a lo que Padilla respondió: —Mire capitán, yo no me aventuro en revoluciones, déjeme tranquilo y no comprometa más mi situación, que ya bastante complicada es. Yo no participo en aventuras. Dicho esto, el capitán ordenó capturar al Coronel Bolívar, Padilla intentó ayudarle, pero fue sometido mientras le apuntaban a la cabeza. El coronel fue llevado al patio central del cuartel y luego ejecutado con saña y de varios tiros. Al instante, algunos soldados despiertos empezaron a dar la alarma y los conspiradores huyeron del sitio. Padilla se acercó al cadáver de su antiguo carcelero, y luego se metió en su habitación en un descuido de sus captores, en la misma encontró a su escolta agazapada, temerosos. Padilla les mandó a cerrar la puerta con llave, pues su vida también corría peligro. Estos acontecimientos fueron narrados por el mismo Padilla cuando fue interrogado por el fiscal militar designado, General Joaquín París. Este se encargaría de tomar declaración de Padilla sobre la muerte del Coronel José Bolívar y si él conocía sobre la conspiración. Les presento el siguiente extracto de la declaración original: “…Quien expone se quedó dormido, el Coronel Bolívar se introdujo precipitadamente y casi desnudo a mi pieza, mientras me decía –Mi General, que me matan-, que a ellas se levantó el exponente, y el Coronel bolívar se le puso en la espalda, cubriéndose con el declarante para no ser ofendido por una partida de diez a doce artilleros y un oficial que no conoció, que le atacaban; que el exponente le insinuó y suplicó no matara a dicho coronel; pero los alzados desatendieron mi petición sometiéndome con pistola si no me apartaba, consiguieron hacer salir al Coronel Bolívar, al que condujeron al patio del cuartel, donde le hicieron varios tiros, subiendo de nuevo una partida de soldados, para obligar al declarante a que bajase y tomase partido, a lo cual rehusé manifestándoles que se hallaba preso y no debía mezclarse en tal negocio; consiguieron hacerme bajar hasta la puerta del cuartel, de donde, a favor del bullicio militar, pude escaparme, volviendo a subir a mi alcoba, donde me encontré a un sargento y a un soldado de mi escolta refugiados. Ordené al soldado a cerrar la puerta con llave y bloquearlo con un armario viejo, receloso de que intentasen volver a buscarme… Cuando cesó la bulla ordené al sargento que avisara de inmediato al General Urdaneta…” Esta declaración fue determinante para corroborar la inocencia de Padilla respecto a los eventos que sucedieron durante la Noche Septembrina. La “Justicia” de Bolívar Padilla salió absuelto, sin embargo, al enterarse Bolívar de este hecho, designó, de un plumazo, al General Urdaneta como Presidente del “Tribunal de Sangre”. Como escribiría Bolívar a Montilla “…El General Córdoba está de ministro interino porque Urdaneta se halla de juez para que esto vuele…”. Ese mismo 29 de septiembre, Urdaneta dictó la sentencia de muerte en contra del Coronel Ramón Nonato Guerra y el General de División (Vice-almirante) José Padilla, a ser ejecutada el 2 de octubre a las 11 de la mañana. El 1ro de octubre Urdaneta pasó las sentencias a Bolívar, quien las firmó. Misteriosamente, el Sargento Elías Romero y el Soldado Tiburcio Manda (Sí, aquellos que estaban escondidos en la habitación de Padilla) declararon en contra de Padilla alegando: “…Que, ejecutada la muerte del Coronel Bolívar, subió precipitadamente el General Padilla y bajó con su espada en la mano dirigiéndose en el acto a la tapia divisoria de la casa en que guardaba arresto y el cuartel de artillería…”. Padilla sería ejecutado el 2 de octubre de 1828 a las 11 am en la Plaza Mayor (Hoy Plaza Bolívar). A diferencia del caso del General Manuel Piar, a Padilla lo degradaron antes de fusilarlo, y después de matarle, su cuerpo lo guindaron en una horca como si fuera un vulgar ladrón. Peor: Su familia fue perseguida, su hoja de servicios destruida y sus pocos bienes confiscados. Sus hermanos: José Antonio Padilla y Francisco Javier Padilla, ambos oficiales de la marina, huyeron a Venezuela siendo recibidos y protegidos por el General Páez. Sus hermanas: María Ignacia y Magdalena Padilla, perdieron sus hogares en Cartagena, teniendo que volver, agazapadas, a su natal Riohacha. Y su amada, Anita Romero, hija del prócer de Cartagena Pedro Romero, tuvo que huir a las Antillas al ser despojada de todas sus pertenencias por partidarios del General Montilla, quien fuera el más acérrimo enemigo de Padilla

La muerte de Boves o de las tantas que tuvo

En la historia de Venezuela, uno de los episodios más estudiados es, sin duda, la Guerra de Independencia, la misma, quizás, presenta demasiados elementos aún sin resolver, en parte por falta de datos concretos, y en parte por la gran tergiversación por parte de intereses políticos y también académicos, aunque suene increíble, la historia de Venezuela ha sido una fuente inagotable de discursos políticos y también de héroes como ha sido el caso de Bolívar o Páez o de héroes inexistentes, en fin, todos han querido tener su propia versión de los hechos.  Parto de este último caso para escribir este artículo. Hace unos meses hicimos un Instagram live en Hechos Criollos en el cual invitamos al abogado César Pérez Guevara, quien nos planteó un tema muy interesante, el cual se tituló: “…Bolívar debe morir…”, en dicho live, nos mostró una perspectiva nietzscheana del mito creado en torno a la figura del Libertador Simón Bolívar y de cómo, para poder avanzar como sociedad, debíamos eliminar a esos falsos ídolos creados a partir de figuras históricas, lo impresionante de este nivel de análisis, es que aplica a otros personajes de nuestra historia: Páez, Piar, Luisa Cáceres, Zamora, Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez, Betancourt, Carlos Andrés Pérez, Hugo Chávez, en fin, nuestra historia, entendida desde esta perspectiva, se concentra en el personaje y no en el hecho. Bajo esta premisa, existe pues una cierta mitificación de los “villanos” de nuestra historia nacional, pues, cual obra literaria, si existe un héroe sin duda debe existir un villano, y nuestro villano por excelencia es don José Tomás Boves Rodríguez, antagonista supremo pléyade independentista, de aquella serie fílmica llamada “Guerra de Independencia Venezolana”; asesino, psicópata, monstruo, adicto a las degollinas y a las violaciones, el “Atila” caribeño, el “Azote de Dios”, en fin, muchos apodos y acusaciones, algunas con pruebas y otras producto de esa mitificación. En este artículo no busco ahondar en estos crímenes, solo me interesa mostrar a quienes me leen el misterio que ronda la muerte de José Tomás, si, hasta el sol de hoy he podido conseguir algo más de cinco versiones de la misma, unas más interesantes que otras, su muerte, más que significar el fin de aquella “Legión Infernal” en palabras de Juan Vicente González, pasó a ser un caso inconcluso, digno de un premio “Cangrejo de oro” a quien lo resolviera. A continuación, les mostraré un extracto de la obra del doctor José María Nuñez “Apoteosis del Libertador”, en su capítulo 5 este hecho contado de la misma boca del General Padilla Urbaneja al Doctor José María Núñez, quien fue testigo presencial de este diálogo. Les presento el original con la ortografía de la época:  «En Noviembre de 1822 se encontraba el señor Comandante Antonio Padilla Urbaneja, Ilustre Prócer, en el sitio de Apamate, Sección Guárico, en compañía del General Zaraza cuando en una mañana se presentó allí un hombre blanco, alto, de apellido Delgado, y de regular porte, con algunas cargas de café, cacao y papelón procedentes de los Valles de Orituco, que había negociado por aquellos lugares. Zaraza, dotado de una prodigiosa memoria, al verlo le dirigió inmediatamente la palabra; y hé aquí el diálogo entre ámbos sugetos [sic].       Zaraza — ¿No sabe usted qué hombre mató a Bóves, puesto que usted era uno de los que venían á la cabeza de las caballerías godas? Delgado — Quien mató á Bóves fue la misma persona que me lo pregunta. —Me parece que está usted equivocado, porque usted no me conocía ántes. —He tenido ocasion de verlo á usted varias veces en Chaguarámas y el Valle de la Pascua, antes de que fuera usted militar. —Eso es otra cosa; pero se duda hasta ahora quién fuese el autor de la muerte de Bóves. —Voy á probarle que fué Usía, de modo que no le quede duda. Yo iba á la cabeza de la caballería goda y á la derecha de Bóves: á la izquierda de éste, un zambito ñato, muy acreditado de valiente, llamado José, á quien aquel dijo al ver que la caballería de Usía venía sobre él: José, ¿tú serás de los primeros conmigo? Contestándole: Si, señor. Entónces Bóves dijo: avance esa caballería y se colocó á su cabeza. Venía Usía montado en un caballo rucio azul, de cobija calada echada sobre el hombro izquierdo, y el sombrero amarrado á la barba con un pañuelo. —Exactamente. —Bóves se adelantó y se encontró con Usía, que le derribó del caballo de un lanzaso [sic], y en la confusion que esto produjo, por el fuerte empuje de la caballería de usted, nos pusimos en completa derrota, no oyendo sino el crugido [sic] de las lanzas en el cuerpo de nuestros compañeros. Yo me confundí con los patriotas dando gritos de “avancen,” y pude así escaparme é ir á incorporarme en la ala izquierda de nuestro ejército, donde ví que la caballería de Monágas había sido derrotada y la infantería patriota también. Después no supe la suerte que corriera el espaldero de Bóves, ni lo volví á ver más tarde en el ejército en Maturin cuando ocupamos aquella plaza. —Reconozco que usted dice la verdad, pues en efecto fui yo quien le quité la vida á Bóves, á quien conocia perfectamente desde el año de 1813; y es esta la primera vez que lo digo, porque nunca he querido hacer ostentación de tal hecho, que pudiera atribuirse á jactancia de mi parte, y por lo cual deseo que esto no pase de nosotros. —Lo que acabo decir se lo he referido á varios en los Valles de Orituco; pues habiendo presenciado los asesinatos cometidos en los prisioneros en Urica, resolví no servir más á los españoles y me retiré a Orituco.» Como podemos apreciar, esta versión es una preciosa joya que vale la pena leerla, pues, nos reafirma un poco más aquella teoría de que fue el General Pedro Zaraza quien le dio muerte a Boves en la batalla de