Amalivaca, el Dios de las aguas.

“Todos somos hijos de uno y aunque tenemos colores diversos, descendemos de un solo hombre. El sol abrasador, las fatigas y la penosa vida nos han disminuido. Somos ya humo blanco, blanco, como el vestido de Amalivacá”. En nuestra literatura nacional, muy poco se ha tratado o hablado sobre los mitos de los aborígenes que habitaban nuestro actual territorio antes de la colonización. Filippo Salvatore Gilij, un Padre Jesuita nacido en Italia, logró una de las pocas memorias sobre aquellas tribus, llegando a dominar la lengua caribe y el maipure. En 1768, desterrados los jesuitas, tuvo que dejar atrás sus diccionarios y relatos de los nativos. De su memoria y obra, hoy podemos rescatar uno de los mitos de los tamanacos, grupo que hacía vida en las riveras del Orinoco y descendiente de la lengua caribe.  El mito de Amalivacá, que según la investigación de Gilij y Humboldt,  se ve repetida entre varias tribus que convivían cerca del Orinoco,  siendo parecidas a  las nativas de Brasil como Amaliauág y los Macusi, quienes relatan sobre el diluvio y Macunaíma. La edad de las aguas Cuentan, según las antiguas tribus que vivían en la rivera del Orinoco, que el mundo estaba dividido en tres planos, el superior, donde moraban los Dioses como el sol; el medio donde los hombres convivían con los animales y las plantas; y el inferior, bajo la tierra y el agua,  donde moraban los muertos, demonios y animales subacuáticos. Lalikilpará, una anaconda que vivía bajo la profundidad acuática, llena de ira por el comportamiento de los hombres, descargó su furia contra el plano medio. Sobre la tierra caían rayos que derribaban los árboles; los ríos se desbordaron tras un diluvio que arrasó con animales, hombres y plantas. Solo las montañas sirvieron de refugio, sobreviviendo tan solo unos pocos. Cuando la lluvia cesó, los supervivientes carecían de alimento y vivienda, todo lo que conocían había sido arrastrado por la ira de Lalikilpará. Amalivaca Los hombres decidieron pedir ayuda a los dioses del plano superior, hasta que después de un largo tiempo, vieron a lo lejos a un sujeto que se acercaba en una canoa; era Amalivaca, un hombre blanco, vestido, que junto a su hija y su hermano, Uochi, navegaba por aquellas aguas. Los hermanos tenían la misión de repoblar al mundo y al llegar pintaron sobre la roca Tepeumereme, las figuras del Sol y la Luna, ubicándose luego en Maita.  Sobre la tierra regaron la semilla del moriche y de la ella nacieron hombres y mujeres que fueron repoblando la tierra; crearon los ríos, para que las aguas desembocaran en el mar, trajeron de nuevo a los animales, las plantas y ayudaron a cultivar la tierra de los nativos.  Para concluir la obra, Amalivaca tocó su tambor, una enorme roca a la que se conoce como Chamburai. Al tiempo. sobre el Orinoco, los hombres pidieron a los hermanos que hicieran que el río viajara en dos direcciones para así poder transportarse con facilidad. Esta petición generó largas discusiones entre los hermanos, pero al final se decidió no hacerlo, los hombres debían aprender a trabajar. Las Hijas de Amalivaca En Maita, junto a su hermano Uochi y sus dos hijas, se instaló durante un largo período, Amalivaca. Ellas tenían un espíritu nómada, amaban viajar y conocer nuevos lugares, por lo que esperaban irse pronto de aquel lugar. El padre tenía otro plan para ellas, ayudar a repoblar el territorio, y al ver su intención decidieron partir antes de lo previsto. Amalivaca, que era sabio, se dio cuenta de las intenciones de sus hijas y se les adelantó, rompió sus rodillas para que ya no pudieran viajar y así, tuvieron que cumplir con los deseos del padre. La separación Las tierras volvieron a ser fértiles, las aguas recuperaron su torrente, los hombres volvieron a ser numerosos y los animales volvían a vivir en armonía. El tiempo de Amalivaca con los orinoquenses había culminado. El día de la despedida, sonó el chamburai, y la voz de Amalivaca resonó entre todos los hombres que le rodeaban, —uopicachetpe—, mudarán únicamente la piel, afirmó con gran satisfacción. Así como él y su hermano, había decretado que todos los hombres vivirían para siempre y que mudarían la piel para rejuvenecer. Todos se mostraron sorprendidos y una anciana, al escuchar aquella palabra, no pudo contener su incredulidad, dudó de Amalivaca. Al ver aquella reacción, enfurecido y decepcionado gritó con autoridad —mattageptchi—, morirán, y así, cuentan qué se decidió la vida finita de los hombres sobre la tierra. Amalivaca tomó su canoa y se embarcó hacia el otro lado del mar, al lugar donde viajan las almas de los que perecen, lejos de los hombres para no volver. Notas sobre el mito Este mito ha variado desde su registro más antiguo, con el Padre Gilij, pasando por Humboldt y Aristides Rojas, incluso a ser parte importante de la novela Canaima de Enrique Bernardo Núñez. Esta es una interpretación realizada por la recolección del conocimiento heredado por estos hombres que dedicaron su tiempo a estudiar a nuestros nativos. No se pretende exaltar a una civilización extinta ni juzgar a los conquistadores, ambos fueron hijos de su época y actuaron de acuerdo a sus creencias; ambos fueron crueles en la guerra, entre su propia gente y con los externos, obedeciendo al contexto en que vivían. Más que juzgar, es dar a conocer que no solo las civilizaciones como la Azteca, Maya e Inca, desarrollaron creencias, mitos y pasado histórico; nuestros nativos tenían un imaginario, costumbres y formas que han sido poco difundidas. Los tamanacos, a diferencia de las culturas del norte y del sur, según la observación del P. Gilij, no eran idólatras cuando se les compara; creían en el sol como ente superior, pero no veían a Amalivaca como un Dios como afirmó el Jesuita: «De Amalivacá, los tamanacos hablan como de un hombre que estuvo con ellos en Maita, dicen que andaba vestido, que era blanco, y cosas semejantes, no convenientes a quien los creó, sino

Del Tapial español al Bahareque del Nuevo Mundo

Las tapias o tapial, son uno de los sistemas más antiguos de para la construcción de muros. En Asiria y Cártago, antes de cristo, se encontraron murallas con prisma de arcilla apisonada y secada al sol. Cuando el dominio de Roma estaba sobre España, desde antes de Cristo hasta el 418 d.C., en la provincia de Gerona, aún se veían construcciones de tapial, levantadas sobre zócalos de piedra. También se puede ver esta construcción en la villa visigoda o en la Alhambra de Granada, al norte de áfrica y al sur de Europa. Su etimología Se dice que la palabra viene de Tepe (del latín teppa), una palabra castellana que significa «pedazo de tierra cubierta de césped, con las raíces muy trabadas, y que cortado prismáticamente se emplea para hacer paredes y malecones».  Los caraqueños llamaban cospe y lo usaban para los jardines. La palabra Tapia parece derivar de tepe, significando «Cada uno de los trozos de pared que se hacen de una sola vez con tierra amasada y apisonada en un encofrado», y también, «tierra amasada y apisonada con la que se hace una tapia». En el último caso, tenemos el tapial que es un «encofrado de dos tableros paralelos con los que se construyen las tapias«. Al modo venezolano Según lo que nos legaron don Juan Pimentel y José Oviedo y Baños, las casas de Caracas, para entonces, eran en su mayoría de tapia. Para 1870 aún era común ver como, gracias a la corriente del río Guaire, ver como traían los troncos para construir las paredes de muchas de las casas de Caracas, la antigua. También, los hacheros, traían maderos de las faldas del Ávila. La región andina es una de las que tuvo más construcciones de tapia, aunque también fueron usuales en la zona central. La forma andina era generalmente construida sobre cepas de piedra, sobresalientes de la superficie del suelo, y que alcanza una profundidad de tres cuartos de metro; evitando que la humedad suba y dañe los muros. Para el mortero se usan toda clase de tierra que se apelmazan, pero sacando la arcilla pura y la arenisca. En la zona central, tenía su variante, eran secciones de muro hecho de piedra que se intercalaban con tapia para asegurar resistencia y duración. El Nuevo Mundo siempre tuvo complicaciones con respecto a los recursos y avances que se le daban, por lo que se generó una versión más económica del tapial, el bahareque. Este consiste en una doble valla de cañas horizontales y sujetas de un lado a otro de los pilares u horcones clavados a tierra. Por dentro van rellenas de barro mezclado con paja y al final, luego de secar, ambos muros son embarrados, para ser pintado o encalado. Este tipo de construcciones las podremos ver en los maquiritares, los tamanacos y en la Guajira. Algunas curiosidades es que estas construcciones son parecidas a las barracas valencianas, y en el caso de las andinas, hay gran parecido a las utilizadas en el Monte Atlas, las de origen árabe. Fuente Revisar la obra de Lisandro Alvarado, la de Oviedo y Baños y la del padre Filippo Salvatore Gilij.

Chanchamire, el espíritu de Tacarigua.

Chanchamire el espíritu de Tacarigua

Es común, en las leyendas de nuestro pueblo, la relación que hay entre sus espíritus y las aguas. Para nuestros antepasados el agua, sus ríos y lagunas, eran de mucho valor. Debemos tomar en cuenta que en Venezuela solo existen dos estaciones, la de lluvia y la de sequía, por lo que era común que los desastres o problemas que tuvieran los nativos con su tierra eran las fuertes sequías y el desbordamiento de los ríos. Amalivaca, para los tamanacos, era una de las máximas representaciones en su panteón; los momoys en Trujillo, quienes moran cerca de lagunas y, en este caso, Chanchamire, el encanto de la Laguna de Tacarigua, posiblemente, herencia de los Tomuzas. Chanchamire Existe una discusión entre si es un hombre o una mujer, pero la leyenda más conocida nos habla de un encanto, un espíritu que yace en el lago y que es dueño de todo lo que existe. El dueño de los peces, de las aguas y de los hombres, nos cuenta Pedro Lhaya que: «Chanchamire vaga constantemente por las profundidades. Muda de habitación de un día para otro, de una hora para otra, siempre pastoreando y contando sus peces.» Alto y barbudo, aquel poderoso y sapiente hombre, «se encoje cuando bajan las aguas» o a voluntad, sabe el número exacto que hay de todas las ciaturas, tanto las que nacen como las mueren como alimento del hombre. En el periodo de lluvia, Chanchamire se lleva a las crituras a las profundidades ignotas de la laguna, todo hombre que desee conseguir alimento, ya se el lebranche o la lisa, deberá invocar al encanto. Deberá arrojarle tabaco y aguardiente, para que él pueda mascar y beber. También se cuenta que cuando el lebranche desborda, este lo empuja al mar para que el hombre caiga sobre él. Chanchamire, a pesar de ser un espíritu benévolo, es también celoso, no le gusta el forastero ni los escépticos; todo aquel que se atreve a ignorarlo tendrá negada la pesca, el pescador nocturno e incrédulo será extraviado y no conseguirá como regresar. Otros pescadores dicen que es una hermosa indígena,  vestida con túnica blanca, de hermosa cabellera que hace brillar todo a su alrededor.  Ella los acompaña con su un manto invisible de estrellas reflejadas en el agua, para luego desaparecer con el alba. Pero como muchos encantos, cada vez se sabe menos de Chanchamire, puede que por la maldad de los pobladores haya decidido viajar al mar como lo hacen los lebranches, o puede que siga ahí, cuidando de la Laguna.