La leyenda de Murachí y Tibisay

La historia de Murachí y Tibisay es la historia de un bravo Cacique que hizo lo posible por defender a su gente y que al verse en la muerte, buscó la supervivencia de su raza.

Los Ayamanes, los nativos enanos.

Entre los nobles salvajes que habitaron la tierra venezolana, están los ayamanes, una etnia ubicada al sur de Falcón y parte del Estado Lara. Fueron descubiertos por Nicolás Federmann, gobernador alemán de la Capitanía, en representación de la casa Welser.

Ilustración de Caribay y las 5 águilas blancas realizada por Jorge Sambrano de Hechos Criollos

Caribay y las cinco águilas blancas

HIJA DEL SOL Y LA LUNA En nuestro territorio andino, mucho antes que los ibéricos tocaran nuestras tierras, nació la primera mujer de los Mirripuyes. Hija de Zuhé y Chía, el sol y la luna, dotada con la voz más hermosa que había conocido la tierra. Viajaba por los bosques, cantando con las aves, imitando sus sonidos, oliendo las flores y jugando entre los árborles. Nada era inalcanzable para Caribay, todo a su alrededor era parte de ella y ella era parte de todo. LAS CINCO ÁGUILAS Un día, Caribay, vio en el cielo cinco águilas blancas, de extenso plumaje y de gran tamaño. Hasta entonces, no había visto belleza que les igualara ni había conocido historia alguna de su existencia, sintiendo un deseo, fuerte, por obtener las plumas de aquellas aves para adornar su belleza, llevándola a seguirlas hasta lo más alto. Atravesó valles y escaló montañas, siguiendo la silueta que se reflejaba en el suelo, llegando a la cima de uno de los riscos más altos donde las vio alejarse hasta perderse de vista. Al no poder alcanzarlas, Caribay entonó, triste, su canto, invocando a Chía, quien al caer la noche se levantó sobre las montañas imponente, con un brillo inigualable. El triste canto de Caribay se escuchó en todos los lugares, lo que llamó la atención de todos los animales y plantas. Las cinco águilas no pudieron hacer caso omiso ante aquel lamento y de pronto, fueron divisadas en el cielo, con su hermoso plumaje, descendiendo cada una a un risco y quedando inmóviles ante el canto. La hermosa mujer se dirigió a la cima más cercana, sin dejar de cantar, y cuando estuvo frente a una de ellas al acercar su mano se dio cuenta que esta se había congelado. Caribay se sintió culpable, había hecho todo por volverlas a ver y ahora ellas estaban petrificadas, cada una en un risco. Ella huyó, no soportó aquella imagen y corrió aterrorizada. EL DESPERTAR  Mientras Caribay corría, Chía se oscureció, ocultándose tras las nubes. Fue entonces cuando las águilas despertaron, sacudiendo sus alas con fuerza. Caribay que apenas se había alejado vio como las plumas blancas, caían por toda la cima, cubriendo su cabello y la tierra. Las águilas volaban y gritaban alrededor sacudiendo el hielo que las había petrificado. La brisa cegó la vista de Caribay; los gritos de las águilas  se hicieron eco por toda la sierra; el viento se hizo más frío. Acostada en el suelo, temblando y cubriendo su cabeza con los brazos, estaba Caribay. Al dejar de escuchar los chillidos de las águilas, calmó su respiración, tomó la fuerza necesaria y se puso de pie. Al levantar la mirada hacia el cielo vio los cinco picos, cubiertos de un hermoso manto blanco. Desde entonces, las cinco águilas blancas son el símbolo de nuestros cinco picos, nuestras sierras nevadas. Cada cierto tiempo, el despertar de las águilas cubre nuestras cumbres, y el canto de Caribay, melancólico y dulce, viaja como un silbido en el viento. FuenteTulio Febres Cordero.

Amalivaca, el Dios de las aguas.

“Todos somos hijos de uno y aunque tenemos colores diversos, descendemos de un solo hombre. El sol abrasador, las fatigas y la penosa vida nos han disminuido. Somos ya humo blanco, blanco, como el vestido de Amalivacá”. En nuestra literatura nacional, muy poco se ha tratado o hablado sobre los mitos de los aborígenes que habitaban nuestro actual territorio antes de la colonización. Filippo Salvatore Gilij, un Padre Jesuita nacido en Italia, logró una de las pocas memorias sobre aquellas tribus, llegando a dominar la lengua caribe y el maipure. En 1768, desterrados los jesuitas, tuvo que dejar atrás sus diccionarios y relatos de los nativos. De su memoria y obra, hoy podemos rescatar uno de los mitos de los tamanacos, grupo que hacía vida en las riveras del Orinoco y descendiente de la lengua caribe.  El mito de Amalivacá, que según la investigación de Gilij y Humboldt,  se ve repetida entre varias tribus que convivían cerca del Orinoco,  siendo parecidas a  las nativas de Brasil como Amaliauág y los Macusi, quienes relatan sobre el diluvio y Macunaíma. La edad de las aguas Cuentan, según las antiguas tribus que vivían en la rivera del Orinoco, que el mundo estaba dividido en tres planos, el superior, donde moraban los Dioses como el sol; el medio donde los hombres convivían con los animales y las plantas; y el inferior, bajo la tierra y el agua,  donde moraban los muertos, demonios y animales subacuáticos. Lalikilpará, una anaconda que vivía bajo la profundidad acuática, llena de ira por el comportamiento de los hombres, descargó su furia contra el plano medio. Sobre la tierra caían rayos que derribaban los árboles; los ríos se desbordaron tras un diluvio que arrasó con animales, hombres y plantas. Solo las montañas sirvieron de refugio, sobreviviendo tan solo unos pocos. Cuando la lluvia cesó, los supervivientes carecían de alimento y vivienda, todo lo que conocían había sido arrastrado por la ira de Lalikilpará. Amalivaca Los hombres decidieron pedir ayuda a los dioses del plano superior, hasta que después de un largo tiempo, vieron a lo lejos a un sujeto que se acercaba en una canoa; era Amalivaca, un hombre blanco, vestido, que junto a su hija y su hermano, Uochi, navegaba por aquellas aguas. Los hermanos tenían la misión de repoblar al mundo y al llegar pintaron sobre la roca Tepeumereme, las figuras del Sol y la Luna, ubicándose luego en Maita.  Sobre la tierra regaron la semilla del moriche y de la ella nacieron hombres y mujeres que fueron repoblando la tierra; crearon los ríos, para que las aguas desembocaran en el mar, trajeron de nuevo a los animales, las plantas y ayudaron a cultivar la tierra de los nativos.  Para concluir la obra, Amalivaca tocó su tambor, una enorme roca a la que se conoce como Chamburai. Al tiempo. sobre el Orinoco, los hombres pidieron a los hermanos que hicieran que el río viajara en dos direcciones para así poder transportarse con facilidad. Esta petición generó largas discusiones entre los hermanos, pero al final se decidió no hacerlo, los hombres debían aprender a trabajar. Las Hijas de Amalivaca En Maita, junto a su hermano Uochi y sus dos hijas, se instaló durante un largo período, Amalivaca. Ellas tenían un espíritu nómada, amaban viajar y conocer nuevos lugares, por lo que esperaban irse pronto de aquel lugar. El padre tenía otro plan para ellas, ayudar a repoblar el territorio, y al ver su intención decidieron partir antes de lo previsto. Amalivaca, que era sabio, se dio cuenta de las intenciones de sus hijas y se les adelantó, rompió sus rodillas para que ya no pudieran viajar y así, tuvieron que cumplir con los deseos del padre. La separación Las tierras volvieron a ser fértiles, las aguas recuperaron su torrente, los hombres volvieron a ser numerosos y los animales volvían a vivir en armonía. El tiempo de Amalivaca con los orinoquenses había culminado. El día de la despedida, sonó el chamburai, y la voz de Amalivaca resonó entre todos los hombres que le rodeaban, —uopicachetpe—, mudarán únicamente la piel, afirmó con gran satisfacción. Así como él y su hermano, había decretado que todos los hombres vivirían para siempre y que mudarían la piel para rejuvenecer. Todos se mostraron sorprendidos y una anciana, al escuchar aquella palabra, no pudo contener su incredulidad, dudó de Amalivaca. Al ver aquella reacción, enfurecido y decepcionado gritó con autoridad —mattageptchi—, morirán, y así, cuentan qué se decidió la vida finita de los hombres sobre la tierra. Amalivaca tomó su canoa y se embarcó hacia el otro lado del mar, al lugar donde viajan las almas de los que perecen, lejos de los hombres para no volver. Notas sobre el mito Este mito ha variado desde su registro más antiguo, con el Padre Gilij, pasando por Humboldt y Aristides Rojas, incluso a ser parte importante de la novela Canaima de Enrique Bernardo Núñez. Esta es una interpretación realizada por la recolección del conocimiento heredado por estos hombres que dedicaron su tiempo a estudiar a nuestros nativos. No se pretende exaltar a una civilización extinta ni juzgar a los conquistadores, ambos fueron hijos de su época y actuaron de acuerdo a sus creencias; ambos fueron crueles en la guerra, entre su propia gente y con los externos, obedeciendo al contexto en que vivían. Más que juzgar, es dar a conocer que no solo las civilizaciones como la Azteca, Maya e Inca, desarrollaron creencias, mitos y pasado histórico; nuestros nativos tenían un imaginario, costumbres y formas que han sido poco difundidas. Los tamanacos, a diferencia de las culturas del norte y del sur, según la observación del P. Gilij, no eran idólatras cuando se les compara; creían en el sol como ente superior, pero no veían a Amalivaca como un Dios como afirmó el Jesuita: «De Amalivacá, los tamanacos hablan como de un hombre que estuvo con ellos en Maita, dicen que andaba vestido, que era blanco, y cosas semejantes, no convenientes a quien los creó, sino

Chanchamire el espíritu de Tacarigua

Chanchamire, el espíritu de Tacarigua.

Es común, en las leyendas de nuestro pueblo, la relación que hay entre sus espíritus y las aguas. Para nuestros antepasados el agua, sus ríos y lagunas, eran de mucho valor. Debemos tomar en cuenta que en Venezuela solo existen dos estaciones, la de lluvia y la de sequía, por lo que era común que los desastres o problemas que tuvieran los nativos con su tierra eran las fuertes sequías y el desbordamiento de los ríos. Amalivaca, para los tamanacos, era una de las máximas representaciones en su panteón; los momoys en Trujillo, quienes moran cerca de lagunas y, en este caso, Chanchamire, el encanto de la Laguna de Tacarigua, posiblemente, herencia de los Tomuzas. Chanchamire Existe una discusión entre si es un hombre o una mujer, pero la leyenda más conocida nos habla de un encanto, un espíritu que yace en el lago y que es dueño de todo lo que existe. El dueño de los peces, de las aguas y de los hombres, nos cuenta Pedro Lhaya que: «Chanchamire vaga constantemente por las profundidades. Muda de habitación de un día para otro, de una hora para otra, siempre pastoreando y contando sus peces.» Alto y barbudo, aquel poderoso y sapiente hombre, «se encoje cuando bajan las aguas» o a voluntad, sabe el número exacto que hay de todas las ciaturas, tanto las que nacen como las mueren como alimento del hombre. En el periodo de lluvia, Chanchamire se lleva a las crituras a las profundidades ignotas de la laguna, todo hombre que desee conseguir alimento, ya se el lebranche o la lisa, deberá invocar al encanto. Deberá arrojarle tabaco y aguardiente, para que él pueda mascar y beber. También se cuenta que cuando el lebranche desborda, este lo empuja al mar para que el hombre caiga sobre él. Chanchamire, a pesar de ser un espíritu benévolo, es también celoso, no le gusta el forastero ni los escépticos; todo aquel que se atreve a ignorarlo tendrá negada la pesca, el pescador nocturno e incrédulo será extraviado y no conseguirá como regresar. Otros pescadores dicen que es una hermosa indígena,  vestida con túnica blanca, de hermosa cabellera que hace brillar todo a su alrededor.  Ella los acompaña con su un manto invisible de estrellas reflejadas en el agua, para luego desaparecer con el alba. Pero como muchos encantos, cada vez se sabe menos de Chanchamire, puede que por la maldad de los pobladores haya decidido viajar al mar como lo hacen los lebranches, o puede que siga ahí, cuidando de la Laguna.

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